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84 ANUARIO MISJO!'IAL tentaba el hombre. Porque mi nariz no tiene nada de particular. Y si los etnólogos me hubieran de clasificar fijándose ímicamente en este detalle, a buen seguro ninguno de ellos me incluir!tt en la fami– lia o raza a que pertenezco. Se enamorab11 de todos los objetos y prendas de mi uso, de mi cuaderno de apuntes, de mis calcetines, de los botoncitos de mi chaqueta, y muy especialmente de mi cue– llecito de presbítero romano. Tan vanidosillo era aquel chorlito! Aprovechaba mis momentos de distracción y los paseos nocturnos por los bosques para darme buenos tirones de aquella prenda con peligro de destrozármela y aún de hacerme daño. Nuestro /ocabis, por otra parte, no deja de tener algunas cualidades que me le ha– dan simpático en extremo. Fué para mi como un enviado o mensa– jero de la Santísima Virgen. Mostraba hacia ella singular devo– ción. Y para satisfacerla me imponía el deber sagrado de rezar ca– da día varios rosarios, amén de no pocos Padrenuestros y Avema– rlas de propina. No había refección sin rosario previo. Y en cuanto llegábamos a un nuevo poblado, nuestro locabis llamaba a las gen– tes de él, y las hacía reunirse, e inmediatamente me ordenaba co– menzar el rezo con el Domine labia mea aperies, y estaba aten– to a que continuara sin interrupción hasta acabar con Nos cumpro– le pia benedicut Virgo Maria. Mi rezo mental no val!a; exigía que pronunciara las palabras clara y distintamente; y cuando le pe– reda que mi voz era demasiado lánguida me gritaba: •más altoh Yo me esforzaba en complacerle con la mejor voluntad. La gente, al verme sumiso y rendido a los caprichos de aquel loquillo, no ce– saba de murmurar: cPobrecillol qué miedo le tiene!• Estos pobres paganos, para quienes mi corazón era el libro de los siete sellos, atribulan a miedo servil lo que espontá.neamente brotaba de mi in· teri.ir , inundándome de luz, de consuelo y fortaleza; y era mi anti· gua y tierna devoción a la Virgen del Rosario de Nueva Pompeya, cuyo capellán (aunque indigno) fui durante algún tiempo en su her· moso santuario de Buenos-Aires. En la primera noche de nuestrra cautividad, cuando los tres misioneros nos hallábamos encerrados en nuestra caverna-prisión, decla el P. Bartolomé: •Nuestra situa– ción es grave y no sabemos cómo terminará esta aventura que co– mienza con sangre; hagamos alguna promesa a Santa Teresita del Nii1o Jesús, patrona de las misiones.> Me parece bien, le contesté; puede dedicar a la santlta de las rosas la capilla que esté constru· yendo en Sintxiajó.> Fray Isidro estaba por San Antonio de Padua el santo de los milagros, patrono de la nueva capilla de King-yang. Yo me guardé para mis adentros mi ¡>-ensamiento Intimo. Que no

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