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ANUARIO MISIONAL 83 que concibieron la idea de apresar al padre de Liu-tze-ta, auditor de guerra en el ejército rojo; pero la idea no prosperó por ser con– trario a ella el comandante militar de Ping-liang. Los soldados del coronel Tsao habían sido rechazados por los rojos sufriendo nume– rosas-bajas; la guarnición de King-yang era escasa y no estaba pa· ra lanzarse a peligrosas aventuras; y además era muy difícil batir en regla a los irregulares, porque al aproximarse los regulares se hacían humo dispersándose vestidos de paisanos. Por diferentes conductos se recibieron todavía en King-yang varias cartas de los comunistas, pidiendo en una que recuerdo muy bien 420 dólares, y y haciendo en las demás algunas variaciones sobre el mismo tema. Ultimamente ensayaron los Padres ponerse al habla con agentes de sociedades más o menos secretas adictas a la comunidad roja; pero Jos ensayos fueron poco afortunados. Tal era el nudo de mi tragi· comedia cuando vino el inesperado y providencial desenlace. Poco después de despedir a mis amables visitantes levantamos el campo y echamos a andar. Parece que por el lado occidental se temía un ataque del general Tai-se-ling. Toda la tarde de aquel día corrimos desesperados por escarpados cerros y profundos barrancos, hasta que muy avanzada ya la noche entramos i;n Pei-ku·men, donde yo tenla algunos conocidos. Uno de estos, aunque pagano, medió se– cretamente dos tortitas de pan de maíz. Pué mi única cena en aque– ,lla noche. Todavía seguimos aodando durante una buena parte de ella. 77-Cabecita loca No hay agrupación humana donde no figuren algunos tipos más o menos excéntricos; diablillos, payasos, atolondrados o bobos de Coria. Nuestra comunidad tenia también su diablillo. Se llama– ba Sing-Tien, y era mancebo de unos 20 años, de elegantes moda– les, fácil palabra, imaginación brillante, árbitro de los litigios. To– cado de la manía coleccionista no descansaba hasta apropiarse cuanto de bueno, agradable o curioso se presentaba a su vista. Yo le conocí el 7 de diciembre, y durante un mes le tuve continuamen– te encima para ejercicio de mi paciencia. El diablillo se ponla a ve– ces fastídioso y cargante. De un modo particular le llamaba la aten– ción mi nariz, porque era algo más saliente que la suya. Me agarra– ba y tiraba de ella como para desencajármela de su lugar, y a mis pr~testas y reconvenciones respondía asegurándome que no con– sentiría que yo me quedase sin dicho apéndice nasal, puesto que el apropiarse mi nariz me habla de dar en retorno la suya propia , más pequeña y chata que la mía. En verdad que con poco se con-

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