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ANUARIO MISIONAL 73 y pronto llego a saber que vivimos a las órdenes inmediatas del In· clito, del imoonderable, del invicto Weng-tai-txi, hijo predilecto del Dragón Rojo. No éramos nosotros dignos de contemplar su fez preciosa de 28 abriles. Acud!an a la cueva y se sentaban junto a no– sotros en torno a la fogata algunos militares conspicuos pertene– cienten al estado mayor rojo. Lo intenso del frío y lo escaso de mi ropa me invitaban a pasar lo más del die y de la noche al amor y compañia del fraire foco. Esta circunstancia me permitió conocer y tratar a los consejeros del seling, especialmente a Lao-txiao y a Sing-wu: el primero hable sido cautivo entes de convertirse al co– munismo, y el segundo se ufanaba de ser famoso y conocido en toda la China. Sing-wu calzaba los botines del difunto P. Simón de Bilbao, procedentes de la hermosa ciudad que baila el Mepocho (Santiago de Chile). Escribía en europeo con hermosa caligrafía, y conocía bastante bien el catecismo católico. Para él todas las reli· giones son invenciones humanas y todos los cultos iguelm~nte su– persticiosos. Si nos atenemos a su testimonio es natural de Yulinfu o de sus cercanlas. Muy aficionado a les lenguas y con envidiubles disposiciones pera aprenderlas, quería que yo le enseilare todas las que supiera. Este hombre excelente, intachable en su trato, me sir· vió de intermediario para ponerme al habla con el seling. 69- Se anuncia mi muerte. Por conducto, al parecerautorizado, llegó a oídos del P. Barto– lomé una noticia que le interesó vivamente. Nada menos que la no· ticia que el compañero cautivo habia sido degollado por los ladro· nes. Hasta se señalaba el lugar donde yacía el cadáver insepulto y ensangrentado. Con verdadero espíritu de caridad dirigió al punto una circular a todas las estaciones misionales para que se aplicaran por el alma del difunto los sufragios de costumbre, y juntó una pe· queña partida de cristianos probados y decididos que se trasladaran al campo enemigo y recogieran piadosamente el cadáver para d11r· le sepultura en nuestro cementerio. Como se hacia esperar mucho el regreso de los enviados, impacientes los Padres misioneros co· menzaron a practicar nuevas diligencias que comprobaran o des– mintieran Ja horrenda tragedia. De llevarlas a cabo se encargó un buen,cristiano de Sinkiajo llamado Me José, el cual provisto de una carta de presentación y recomendación firmada por el P. Gerardo de Erro, se encaminó vla Huo·sui a los impenetrables bosques de Tung-mien. En Huo-sui los parientes de los cautivos no tenían no– ticia de que los bandidos hubieran descabezado al extranjero. Cer-

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