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ANUARIO MISIONAL 71 muchas gracias. Que San Francisco te consiga la gracia de la con– versión, y aún te haga hijo suyo; de modo que llegues a ser el cfra· tre Agnello• kansuano. La noche de este mismo día fué relevado fray Ciruelo de su oficio de guardián mío, y no volví a verle hasta bastantes días después. Y entonces noté con asombro que del san· to hábito capuchino habla desaparecido la forma aunque se habla cJnservado la materia transformada en unos pantalones. Pernocta– mos en las cavernas de Kuikuts. No hubo para nosotros cena ni si– quiera colación. Ninguno de los cautivos azotados pudo pegar los ojos en toda la noche. La pasaron dando gritos angustiosos sin ha· llar reposo para sus huesos doloridos. Falto yo de todo abrigo me defendía a la desesperada contra el enemigo frío. Horas antes de amanecer penetró en la cueva el arrogante Kao-kang, a quien co– noce ya el lector (nº 41). A mi saludo de bienvenida corres¡¡ondió con una inclinación de cabeza. 67-Llee;ada del Generallsimo. El día de la Inmaculada fué el de la recepción de Wang-tai-txi por los suyos en medio de grandes aclamaciones, salvas, hurras, y aplausos. Nevaba copiosamente. El Generalísimo, en su excur· sión hacia el Sur, había batido por completo un ejército regular, apoderándose de abundante material de guerra. Le consideraban invencible, glorioso, felice triunfador. No llevaba en las sienes los clásicos ramos de laurel. Pero en defecto de éstos adornaba su cuello con unos cordones cuyas borlas pendían ante el pecho. Y no eran otra cosa qt:e los cíngulos que hablan robado en nuestra sacris· tia de Sanxelipú. Wang-tai·txi estaba aquel día en la plenitud de su esplendor. Cuando se hizo la concentración general de las tro– pas reconocí entre los comunistas a varios que el año anterior mi· litaron como soldados regulares en la brigada de Xe-Liu-tsang. El ejército rojo crecía como la espuma. El número de soldados bien equipados con excelente armamento pasaría seguramente de 1.000, sin contar el ejército auxiliar más o menos disimulado de adheren– tes y simpatizantes, cooperantes, espías, ate. En la asamblea ge– neral que se reunió en esta ocasión tomáronse importantes acuer· dos. Er. cumplimiento de ellos parte del ejército se pone inmedia· tamente en marcha hacia el Norte y al mismo tiempo se destacan varias partidas por las s:erras de oriente. El Dragón Rojo les pres– ta sus alas. A nosotros los piaotzes nos imponen nuevos superio– res, cesando en sus cargos el teniente, el capuchino y aún el mis· mo centurión. Sentí de veras la separación del capuchino. Se me

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