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ANUARIO MISIONAL 59 tos tenían que servirse de ella por turno. También Jos piaotze nos veíamos obligados a turnar; y como yo era el más torpe de todos ellos, me dejaban sit.mpre para la segunda mesa. Imagínese lo que ·quedaría para mí después de haberse servido hasta hartarse mis compaileros chinos,que necesitaban cuatro veces más alimento que yo. Esto no podía continuar as! y me propuse poner remedio a ta– maño abuso. Pedí a fray Ciruelo un cuchillo de mesa que él habia robado en Sanxelipú y ahuequé una cdlabaza o zapallo; comí el meollo y las pepitas, y la corteza quedó convertida en un magnífico cuenco. Ya tenía yo mi taza! Pero mía y para mí solo! La llevaba siempre colgada de mi cintura. Hice también para mi uso exclusivo unos palillos de comer; de modo que en adelante nadie podía em– bromarme. A horas determinadas llenaba mi recipiente cucurbitá– ceo y comía hasta satisfacerme. Si después de la refección queda– ba en la olla algún resto aprovechable yo lo trasegaba a mi inesti– mable cuenco para tomarlo en amarretako o a la hora de la me– rienda. Hay que apañarse para vivir! 52.-Alarma en toda la misión. Al tiempo que yo era internado en la ladronera regresaban a Sanxelipú los expedicionarios arriba mencionados (número 41,) muy apenados por no haber tenido éxito en su caritativa empresa. Con lágrimas en los ojos dieron a Jos Padres allí reunidos cuenta de lo ocurrido en su entrevista con los jefes de los t/zugs. Afirma– ban que los bandidos rojos son de muy distinta condición que los demás bandidos, que se contentan con lo que se les da. Si se co– mienza a ceder a sus exigencias pedirán más y más sin que se pue– da determinar si alguna vez se quedarán completamente satisfe– chos. A su juicio no había posibilidad alguna de conseguir la liber– tad del prisionero. Desesperante nueva! Los Padres misioneros co– municaron cuanto ocurría al P. Prefecto Gregorio de Aldaba. El caso era serio e insoluble por los procedimientos ordinarios. El P. Prefecto denunció el hecho a las autoridades militares de Pingliang, al Delegado de Su Santidad y al cónsul protector de las misiones católicas en China. La pren~a de la república recogió la noticia y la divulgó hasta los últimos rincones de la China. Conviene tener en cuenta que el apresamiento de un misionero por los thugs impre– siona vivamente a todo este inmenso país; las publicaciones de los más diferentes matices comentan la desgracia,y las gentes, sin dis– tinción de clases ni de creencias, muestran su simpatía por el in– fortunado cautivo. Nada puedo decir de las medidas que tomó el
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