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ANUl\RIO MISIONAL 53 44- Uo misionero leñador En esta época de nuestra cautividad estábamos a las órdenes del famoso facineroso Liu-yuen·san, sí bien prácticamente más de– pendíamos del teniente Sing Tsao, más humano y condescendiente que su superior inmediato. A este, que en más de una ocasión me había complacido, le dije el mismo dfa que entramos en Lao-tsuang: •Ya ves, mi caro teniente. Hay aquí arbolado abundante con leila dispuesta para el fuego. Por qué no aprovecharla? Vosotros tenéis mucho frío¡ y nosotros más todavía. En esta ladronera vamos a es· lar mucho tiempo, verdad? Pues entonces nosotros los cautivos traeremos del monte todo el combustible que sea necesario. No nos escaparemos¡ no temas. En cuanto a mi empeño mí palabra de mi· sionero católico de permanecer sujeto a vosotros por todo el tiem– po que queráis; y los demás prisioneros tampoco intentarán eva– dirse sí los tenéis al alcance de vuestros fusiles. Permitidnos tra– bajar siquiera para tener derecho a la comida.» Razonamiento tan justo bailó favorable acogida en nuestro teniente, y en consecuen· cía empezamos a acarrear leila de los cerros vecinos. San Lorenzo, el de las parrillas, no ayudaba. Junto a la amable fogata se nos ha– cían b:eves las horas del día y de la noche. Ya no habla necesidad de gimnasia sueca para mantenerse en calor. Sing-Tsao me consti– tuyó en guardián del fuego sacro que yo cuidaba de atizar tanto de día como de noche. 45-Catequizando a los hermanos ladrones Cada die se me iban haciendo más simpáticos los colegas con quienes alternaba a diario, y traté de ganarlos para Dios. Mientras permanecíamos sentados al amor de la lumbre tenla oportunidad para anunciarles la buena nueva. El esquema de mis sermones ca– tequísticos fué: Que habla un Dios creador del cielo y de la tierra, de los ángeles y de los hombres; que tos hombres somos compues– tos de un alma inmortal y de un cuerpo mortal que algún día resu– citará volviendo a juntarse para siempre con su alma; que todos somos h~rmanos, como descendientes de nuestros primeros padres Adán y Eva. El pecado del paraíso. La promesa de la redención. La encarnación del Hijo de Dios. Et cielo y el infierno... Tales fue– ron los principales puntos de doctrina cristiana que expuse a mis concautívos y demás curiosos que me rodeaban. Algunos de mis oyentes se convencieron bien pronto de la verdad, bondad y belle· za de mis enseñanzas, y las aceptaron con amor. El veterano Tu·

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