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52 ANUARIO MISIONAL mino. Por arte de birlibirloque conseguí un puñadito de granos de ma!z, y me los engullí enteritos. Nio era: sin embargo la falta de ali– mentos mi mayor preocupación. Lo que más me preocupaba y alar– maba era el frío glacial que se dejaba sentir en Ping-ting-tsuang, que tal era el nombre geográfico de nuestra i.impática ladronera. Nuestra cama en el cobertizo era la desnuda y helada tierra. Pasar sobre ella una sola noche era comprometer cuando menos la salud. Yo no sentía ningún apego a la vidia, ni temor alguno ante la muer– te. Ahora que disfruto de la libertad echo de menos aquella resig– nación, aquella santa indiferencia con que hubiera entonces abra– zado lo mismo la vida que la muerte. Comprendfa, con todo, que era simple usufructuario de mi existencia y que debía conservarla en el mejor estado posible hasta que Dios se sirviera pedírmela. Y así adopté mis medidas para defenderla contra todos los rigores de los elementos y de la adversa fortuna. Contrariando la costumbre que había observado hasta establecernos en Ping-ting-tsuang me coloqué entre los demás prisioneros, sin reparar en los incontables parásitos de que estaban llenos. Antes me causaban invencible re– pugnancia no sólo los indeseables parásitos sino también los indi– viduos que cargaban con ellos. Yahora buscaba su compañía y con– tacto! Pero aquellos cuerpos me parecen témpanos de hielo y el fríe> me penetra hasta los huesos. Los rojos, tendidos en tibios y placen– teros kangs duermen a pierna suelta y roncan escandalosamente. Para mi la situáción era insoportable. Me levanto y voy a pr.:ites– tar contra aquella inhumanidad ante los centinelas que custodian la entrada de la cueva. Ellos me contestan que obran obedeciendo ór– denes superiores y que me conforme con mi suerte. Decidido a no rendirme al frío, pasé el resto de la noche practicando la gimnasia sueca. Al día siguiente mis compañeros se levantaron congestiona– dos; yo en cambio me sentfa tan bien como en mis mejores tiem– pos. Al rayar el dia, nos apresuramos a pedir c~mida; pero los guardianes no reparan en esas minucias y nos dicen que nos pre • paremos para continuar el viaje del día anterior, que por falta de tiempo había quedado incompleto. No me disgustó la orden. An-· dando combatiríamos mejor el frlo. A los infelices cautivos nos ar– maron de sendos fusiles (sin municiones, claro está!) y con ellos al hombro, en traza de perfectos comunistas, hicimos algunos kiló– metros, hasta que arribamos al pequeño poblado de Lao-tsuang, situado a la izquierda del arroyo que corre por la encañada de Ping-ting-tsuan. Y aquí, gran gaudeamus; nos dieron unas tazas de maíz molido!
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