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ANUARIO MISIONA!- 51 Y le obedecimos siguiendo monte arriba pero en dirección opuesta a la que se dispone a tomar el grueso de la tropa. Pregunto con disi– mulo a los demás compañeros: ¿A dónde van los rojos? Y me contes. tan: Creemos que se dirigen al Sur, a la provincia del Shensi. Todo aquel día 23 anduvimos errantes por los bosques, muy tupidos y en– marañados a trechos; más de una vez perdimos la orientación por desconocimiento del terreno. Yo no llevaba en el estómago más las– tre que el mendrugo de pan requemado de la noche anterior; los demás prisioneros, ni eso. Los rojos en cambio, no contentos con lo mucho que comieron durante la noche, llevaban consigo sus varia– das provisiones consistentes en miel, carne, pan, azúcar, patatas cocidas etc. Eran hombres prevenidos. Pero también los demás deseábamos vivir. •Somos hombres, les decía yo a grandes voces, hombres con las mismas necesidades que vosotros. Y ya que no$ rehusáis hasta los desperdicios de vuestras comidas, dadnos cuando menos vuestra licencia para trepar a estos tulis y saciar nue8tra hambre con sus avinagrad"as y desabridas frutas•. Y en virtud de la licencia que nos fué otorgada, nos lanzamos como flechas sobre aquellos árboles silvestres, cuyo fruto, reducido por los hielos a puro pellejo, todavía nos supo a gloria. 43- En el centro de operaciones. Aquel larlto. penoso y agotador viaje del dla 23 tuvo su térmi– no cuando entramos en un vallecito largo y estrecho que confina po• el septentrión con la provincia de Shensi. Alll estaba el centro de operaciones del ejército rojo. En aquel retiradísimo !lesierto tenían los rojos su fábrica de armas y su hospital de sangre atendido por un exseminarista protestante de la provincia de Hupeh. Allá encon– tramos a Sing-yang-ti, uno de los componentes del Gran Consejo, que fué herido en el ataque a Sanxelipú. Un concautivo me susu– rra al oído: • Antes de ahora he frecuentado este sitio: es la ladra· nera•. Aquí tiene, con efecto, su base de operaciones la gente re– belde a la ley; aquí hallan refugio seguro los bandidos y foragidos de todos estos contornos. Y aquí pensábamos hallar los prisioneros qui· zá la tumba de nuestros cuerpos y sin quizá la tumba de nuestra li– bertad. ¡Libertadl ¡Libertad! Cuántas veces resonaron en mis oídos durante aquellos días los acentos del Himno Argentino! La ladro– nera nos acogió con aspecto severo y poco humanitario. Nos seña– laron por morada un cobertizo sin luz ni aire respirable. Nuestros amos se zamparon cuanto en aquel lugar pudieron haber a las ma– nos y a la boca, dejándonos a los demás con nuestra hambre atra· sada no satisfecha con los frutos silvestres (basamakatzak) del ca-
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