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ANUARIO MISIONAL 41 ban unos a otros con asombro y tristeza. Los pobres nada habían comido desde la mailana del día anterior. Y con aquel desayuno hu· bieron de aguantar un día de tantas emociones y una noche de tan· tas fatigas. No hay chino que se avenga de buen grado a tao rigu· roso ayuno. Yo mantenía mi huelga de hambre y no chisté ni una palabra. Los soldados rojos, temiendo alguna celada de parte de los regulares, avanz11ban con grandes precauciones. Desde las ci– mas de las montañas más altas vigilaban los centinelas, los cuales en cada paisano veían un soldado o un espía. ¡Mailana de grandes zozobras para los comunistas! Fin91mente desembocamos en un va– lle espacioso; y respiramos. Los centinelas bajaron de las alturas. Y con ellos, y con los·espías que llegaron de varias partes tuvo su reunión y consulta el estado mayor rojo. Nada supimos de Jo trata– do en esta junta de rabadanes pues se mantuvieron a respetuosa distancia de nosotros. Pasaron todavía algunas horas de indecisión, hasta que Wang-tai·txi, nuestro general, prorrumpió en impreca· ciones contra Tai·se·lin; imprecaciones que corearon con entusias· mo todos los circunstantes. Era que el general Tai-se·lin se habla retirado a Yuantzentze. De consiguiente nad& había que temer de él. Ello no obstante st: ordena levantar el campo. ¿A dónde vamos? pregunto a fray Ciruelo.- No lo sé, me contesta secamente. Y a la verdad parece que no le eran familiares aquellos parajes. Al pasar junto a un riachuelo le expongo que me estoy muriendo de sed, y que deseo humedecer la boca con un sorbito de agua. Que si quie· res! El pseudo·capuchino se hizo sordo a mi ruego; pero un chiqui– tín que contaría como unos 12 años, apenas se dió cuenta de mi ne· cesidad, acudió a remediarla trayéndome un vasito de agua. La acción del chinito no fué menos meritoria que la de aquellos que trajeron a David agua de la cisterna de Belén. Solo que yo en vez de imitar a David derramándola ante el Seilor,la bebí codiciosa y de· liciosamente. Todo el cuarto día se empleó en asc.ender y descen– der cerros. Hubiera sido un día malisimo para misioneros reñidos con el alpinismo. Afortunadamente yo le he profesado siempre mu· cho carino y afición particular; y aun viviendo en Santiago de Chile escalaba cada ocho días el cerro de Sar. Cristóbal. En un descanso que hicimos pasó revista a los sold~dos y a Jos prisioneros el gene– ral Wang-tai-txi.-•Qué tal estamos, yang·ren (estranjero)?,> me dice.- •Ya lo ves, le contesto, mal, muy mal. Cuatro días hace ya que no como nada. Y me veo obligado a hacer todas e~tas camina· tas a pie por empinadas cuestas, por escabrosas sendas y por lodo– sas riberas. Así no puedo continuar. Ya las fuerzas me abandonan,
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