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ANUARIO MISIONAL 39 se mostraba razonable. Mientras mantengo el diálogo en un tono afectadamente enojado, me doy cuenta de lo que pasa en el campo de oparaciones. Se ve o se adivina que por el lado de Sanxelipú se acerca una partida de gente armada haciendo contra nosotros fue· go intermitente. M.e pregunto para mis adentros: tqué me traerá este día? la libertad o la muerte?> Y me parecía estar igualmente dispuesto a lo uno como a lo otro. Los backs rojos desplegaban un valor a toda prueba. Entre hurras y gritos de entusiasmo se lanza· ron resueltamente a la ofensiva sin reparar en obstáculo alguno; ni siquiera en la frialdad de las aguas del rlo Tung-ho que era preciso vadear. ¡Bravos muchachos( Fué esta una de las dos ocasiones en que casi sen ti cierto orgullito de pertenecer al bando rojo! ¿A quién no da gusto vivir entre valientes? Nuevos refuerzos se sumaron a los soldados regulares, y se generalizó la lucha. En medio de una lluvia de balas ganamos las alturas de la sierra. Desde allí quise contemplar a los combatientes para formarme alguna idea de lo que es una batalla. Pero mi guardián se mantuvo inexorable; y some– tiéndome a la razón del más fuerte me colocó a la cabeza de la co– lumna. Siguió el tiroteo toda la manana y parte de la tarde. Del re· sultado no pude danne cuenta exacta. Con alguna razón, cuando menos aparente, los rojos se adjudicaron la victoria, aunque sin mostrar por ella mucho entusiasmo. Por una y otra parte hubo muer· tos y heridos. Los rojos se situaron sobre las alturas de los montes del mediodía, y los regulares dominaban los cerros de la parte sep· tentrional. En lo restante de aquel memorable dla l.'; de noviembre, los dos bandos contendientes no hicieron más que observarse y amenazarse mútuamente con rápidas maniobras, como antano en los tiempos de David y de Goliat sucedía en el Valle del Terebinto entre los israelitas y los filisteos. Durante la pelea fui objeto de manifestaciones poco amistosas de parte de los rojos. Me echaban a mi la culpa de lo que ocurrla. •Estos soldados extranjeros han si· do enviados por aquellos dos companeros tuyos que quedaron en libertad. Traidores! Nos las pagarás tú todas juntas.• Y no perdo– naban fieros ni brdvatas. Para ellos el soldado regular es un extra· ño en China. Mi guardián mismo, tan amable al amanecer se habla vuelto furioso al atardecer de aquel día. Pero cómo hacerme a mi responsable de lo que hicieran o dejaran de hacer mis compaileros de misión? En ese asunto yo me lavaba las manos. 36.- Una Retirad11 fatigosa. La noche puso término a aquella sangrienta jornada. Los regu·

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