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J5 Sing·huang-ti como auxiliares Jlel Gran Consejo. El no podía de· cirme a dónde íbamos. Nunca me abandonaba, quería ser testigo de todo hasta de las acciones más reservadas y personales. En un descanso del camino se me acerca un jovencito, se quita respetuo• semente l a gorra y me pide una medallita. Soy cristiano, dice, y quiero una imagencita de la Virgen Maria para que me preserve de los muchos peligros que hay en la vida roja. Se expresa con timi· dez, y sus mejillas naturalmente pálidas se hermosean con un be· llo tinte sonrosado. El falso capuchino le reprende ásperamente, y en un lenguaje entreverado de blasfemias le apercibe contra aque· llos extravlos sentimentales, afirmándole que no hay Dios ni alma que sobreviva al cuerpo... Errado estás, le digo al incrédulo capu· chino, y defiendo con mis razones al simpático chinito que aunque bandido se mantiene creyente. Todo el dla 14 anduvimos subiendo y bajando cuestas, sin ingerir bocado. Un pedazo de pan que me dieron se lo di intacto a otro cautivo que se quejaba de hambre. Un cofrade mio de alguna edad, cuyo nombre na recuerdo, y bas· tante bien impuesto en nuestras empresas misionales, terció en la con· versación,y entre otras cosas para mi muy comprometedoras declaró que <el misionero en China es todo un personaje, comparable a los mandarines de nuestras poblucíones más importantes.• El muy pér· fido querla decirles con esto que cada misionero disponía de una fortuna considerable, y que explotaran bien la mina que tenían en· tre manos. Por estas palabras y otras parecidas que había oido ya para entonces, veía cada vez más lejano el dla de mi libertad. Yo les argül que la importancia del misionero católico no estribaba en sus recursos materiales sino en sus enseftanzas espirituales, y que nuestros haberes se reducían a bien poca cosa. lbamos andando desde las cinco de la madrugada y eran ya las cuatro de la tarde. La mucha transpiración cutánea habla resecado mi paladar, y me vi obligado a exclamar: Sed tengo! Quería unas pocas gotas de agua, y aquel guardián fiero y sin entrañ11s no me las daba. En 36 años de vida religiosa no he recibido de ningún P. Guardián tan cruel negativa! Benditos y misericordiosos guardianes míos de la Or· den Seráfica! queDios os premie por vuestra mucha caridad! ¡¡Cuan ajeno a ella era mi improvisado ¡;¡uardldn Cirueloll. 32.-Ta wan ta kumen. Llegamos a este lugar al atardecer del tercer día, y por lo que a mí toca todavla en ayunas. No hace falta ponderar mi cansancio, a causa principalmente del considerable peso que llevaba sobre mis
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