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ANUARIO MISIONAL .~l de caer en una celada. Solo consintió que subieran por la muralla. La empresa no era fácil. Pero no habla tiempo que perder. Una ho– ra de tardanza podre costarle la vida al P. Fernando. Alguien que se compadeció de ellos les lanzó desde arriba los extremos dt: una cuerda, y agarrados a ella fueron elevados a lo alto del muro. A la mañana siguiente ya estaba en mi residencia, t rayendo parte de los obsequios convenidos con los bandidos.• 27- Mi see:unda noche entre los rojos Seguimos, siempre cuesta arriba, algunos kilómetros. Iba rodea– do de una muchedumbre inmensa, en la cual se contaban no pocos muchachuelos de 12 a 15 años. Estos se mofaban de mi al modo que los golfillos de los barrios bajos de algunas ciudades europeas y americanas se mofan del religioso y del sacerdote. Yang-ren, yang– ren, gritaban; es decir, extran¡ero, extranjero; me mostré adusto y severo con los burladores e intenté poner término a sus demaslas. Aún no se había ocultado el sol cuando la compañía comenzó a des– parramarse buscando albergue en las cuevas del monte. Mi posada consistió en una de las más estrechas, en el territorio de Tsengtxi– yuan. Cerraron la entrada y la vigilaron cuidadosamente. Conmigo se albergaban allá otros doce prisioneros que permanedan mudos y arrimados a la pared, sin osar rebullirse ni menearse a causa del terror que les inspiraban los rojos. Me acerco a ellos y les pregun– to por sus vidas. cl luosui, me dice a media voz un joven de unos 24 años; yo soy profesor; aquel ancianito lo es también, y además presidente del consejo escolar de la población, y los demás, alum– nos del Liceo. Fuimos hechos prisioneros hace más de quince dlas y no sabemos cuando ni como nos veremos en libertad.• Por ellos supe las diligencias que practicaron los bandidos para llegar a San– xelipú y no pocos episodios sangrientos de la lucha. A pesar del intenso frío de las noches, siempre habían dormido sobre el santo suelo, sin jergón, ni paja, ni abrigo de ningún género. De suerte que ya desde la segunda noche quedaba advertido de la forma de vida que debería observar en la nue11a cofradia. Estaba yo harto necesitadv de ropa desde que me robaron en Sanxelipú varias pren– das de vestir. Cubrlan mis pies unas zapatillas que no servían para andar fuera de casa. Estábamos ya a 14 de noviembre. Y las sie– rras que teníamos por delante subían y sublan hasta alcanzar altu– ras de más de 2.000 metros. Al día siguiente nevaba. El frío no po– dla menos de preocuparme seriamente. Tan intenso suele ser hasta en valles relativamente bajos que la gente para defenderst de él

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