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ANUARIO MISIONAL 29 serio que no contaba más que 28 Hños. Lo cual les cayó muy en gracia; por parecerles que se dejaba algunos fuera de la cuP.nta. <!Cómo ha sido explotado¡• exclamaban. Sabían de él que era cons– tructor de obras y que había levantado nuestros edificios de King· yang, y esta levantando actualmen'te una capilla en la barranca de Sintchiajo, entre cuyos operarios se le habían colado algunos es· pías rojos. Estos se encargaron de hacer ante sus jefes la defensa del Hermano obrero. Los jefes le tributaron no pocos elogios, ase– gurándole que sin temor alguno podía establecerse definitivamente en China e invitándole a sumarse a las filas del ejército rojc, donde sería tratado con las consideraciones debidas a su condición de tra– ·bajador activo e intelígente. fray Isidro agradeció los elogios con unos cuantos jao, jao, jao. En cuanto a hacerse comunista... Hum! eso era ta setsing, un negocio muy serio... 1Yá lo pensaría! 23.-Haciendo pública confesión de mis faltas. Al ver que me iba a quedar solo, solito en poder del enemigo, recordé lo que en una carta me escri'Jía un experimentado misio· nero. •Cuide mucho, me decía su importante salud, y Dios le libre de caer en manos de comunistas. Pues a los que han tenido esta desgracia les ha quedado para toda la vida huella indeleble. La ma· yor parte quedan inutilizados para el sagrado ministerio y no po· cos han acabado por perder la razón. Conozco a varios misioneros que habiendo pasado algunas semanas no más en poder de los ro· jos y relativamente bien tratados, han vuelto a sus casas con sensi· bles muestras de locura...• No sabiendo yo si tendría ocasión de verme ya más con un sacerdote, y en este caso si seria estando en mis cabales o con el cerebro perturbado, por lo que pudiera suce· der quise hacer una confesión como si fuera la última de mi vida. No hacía 24 horas que había recibido J¡¡ absolución; y·un mesan· tes había hecho mi confesión general de toda la vida en los fran· ciscanos de Yen-ngan-fu. Tan medrosica se sentía mi alma en los umbrales de la eternidad! ¡Suplico al P. Bartolomé se sirva oírme en confesión; pero este buenisimo Padre, creyéndome víctima de algún temor infundado y como quien pretende disiparlo, me dice: Déjese ahora de eso, y deseche todo presentimiento triste, que hoy mismo conseguiremos su rescate, y mañana estaremos los tres juntos en la misión. Pero en fin, si desea confesarse.. .> Y apartán· dose un poco fray Isidro y en presencia de toda apuella muche· dumbre curiosa me arrodillé ante el ministro del Sefior, y di un re· corrido a mi vida pecadora. ·

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