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24 ANUARJV ,\\ISIONAL niciente por le injuria que se le hacía sustrayéndosela a su legítimo patrón y adjudicándosela a un usurpador. 18.-Un capuchino al r evés. Mientras caminábamos y caminábamos, y comentábamos lle– nos de inquietud y de pesadumbre la iniquidad que con nosotros se cometía, ofrecióse a nuestros ojos un espectáculo original y cómico que quizá excite la hilaridad del lector, como excitó Ja nuestra. Es el caso que uno de los bandidos, muchachote alto y recio, se habia convertido de repente en religioso capuchino, si es que admitimos, desmintiendo el proverbio, que el hábito hace al monje. El bandido en cuestión robó en Sa11xelipú el único hábito que allí tenla el P. Bertolomé y con inaudita frescura se lo echó sobre el cuerpo; pero, poco impuesto en achaques de ceremonial franciscano, se puso el capucho por delante y el pectoral a l a espalda. Amanecla. Habrlamos ar.dado como unos 12kilómetros cuando llegamos a la pequeña alde11 de Sintxiwatze. Cerca de ella nos me– tieron en otra cueva tan fria y desapacible como la primera. Los conductores no nos perdían de vista ni un solo momento. A más de que siempre habla gente armada custodiando la entrada. Alll nos vi· sitaron muchos curiosos; soldados unos, paisanos otros. Estos no podlan ocultar su asombro al ver asi tr atados a tres misioneros. tres súbditos extranjeros, que a diferencia de los indígenas son tE nidos en todas partes como personas de par ticular consideración. 19.-La primera refección. Los soldados rojos parecen tener estómagos de extraordinaria capacidad. No acaban de saciar su apetito aun comiendo ocho ve– ces al dls. En esta nuestra segunda morada embaulaban sin descan– so, sin ocurrfrseles siquiera decirnos el ritual "gusta usted?". A la verdad, yo hubiera aceptado con gusto algún alimento sólido,no pre– cisamente porque entonces sintiera hambre sino en previsión de la que habla de sentir después. De ciertas preguntas que nos hizo el ge– neral rojo (su nombre era Wan-t11i-chi) deduje que tenían intención de llevarnos muy lejos, por caminos escabrosos y parajes muy soli– tarios; y la experiencia me ha enseñado que para emprender largas C11rreras hay que restaurar previamente las fuerzas, so pena de des– fallecer pronto. Me pr.eguntó si teníamos relaciones con los misio– neros de Hou-tau y de Yen-ngan-fu; la primera región está al Norte de la gran muralla china, y por consiguiente muy lejos de Sanxeli– pú; y Yen-ngan-fu quizámás lejos todavía. Un mes antes había re-
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