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22 ANUARIO MISIONAL Las casas parecían abandonadas por sus moradores. Y así era en verdad. Todos huyeron a la desbandada al sonar los primeros dispa– ros. En la cueva encontramos a otros cautivos del mandarinato. A uno de ellos maltrataron bárbaramente en nuestra presencia. Era una lección para nosotros. Llevábam.is ya un buen rato en nuestro encie· rro cuando se nos presentó un personaje de muy distinto talante que cuantos hasta entonces nos habían acompaftado. Todo un caba– llero por su indumentaria, sus mt.dales y su lenguaje. Nos habló con moderación y deferencia. Y nos dijo entre otras cosas que ellos no eran ladrones, y acentuó de un modo particular la palabra china correspondiente. •No somos ladrones, decía; somos hung·chiung, ejército rojo; enemigos de toda religión, sea católica o protestante, porque sabemos que la idea religiosa es un desvarío de la mente. Con todo, no temáis. De vosotros no queremos otra cosa que dine– ro y abrigos para defendernos de los fríos del invierno que se ave– cina.• Nosotros le hicimos presente que por nuestra condición dt mi· sioneros y religiosos habíamos profesado una vida pobre y no po· díamos disponer de dinero. P.:irece que nuestras consideraciones no le hicieron mucha mella. No sabíamos en aquella pri mera noche quién era aquel comunista de porte tan agradable que hablaba con nosotros. Posteriormente he tenido oc~sión de conocer no solo su actuación presente sino también la historia de toda su vida. Era nada menos que el seling, el general del ejército rojo, quien tan amablemente nos visitaba. Como primer favor le suplicamos que ordenara aflojar las nudos de las sogas que oprimfan horriblemente nuestras muftecas y dificultaban la circulación de la sangre en nues– tras venas y arterias; y él, más humano que sus crueles subalter· nos, dispuso que nos soltaran las muftecas, pero que nos ataran pa– ra mayor seguridad los antebrazos con fuertes sogas, cuyos cabos estuvieran siempre en manos de nue~tros vigilantes, uno por bar– ba, para imposibilitamos la huida. Una vez más y en la misma cue– va se nos presentó este jefe rojo para preguntarnos donde habí– amos ocultado los aparejos de las mulas. «A la vista están>, le di· jimos; y aftadió el P. B 0 artolomé: •Que me dejen libre y yo los en– contraré bien pronto.• Poco después vemos que llega a la guarida el botín recogido en nuestra misión: un variado surtido de crucifi– jos, casullas, albas, capas pluviales, cíngulos... y hasta un manto · capuchino. 16.-Los agentes. de policía. Por referencias que me dieron más tarde tanto los comunistas COll]O mis compafteros de cautiverio supe que dos veces, antes que

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