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A,'IJARJO MJSIO:<AL 29 idénticos a los de Espafia, y además e1: la costa, tortugas y ma· riscos. Pobladores. La raza que puebla el archipiélago carolino es probablemente una ramificación de la de las islas Filipinas y perte· ce por tanto a la raza malayo-polinesia, si bien existe en varias is· las numerosa representación de la raza negra. Los malayo-poline– sios se distinguen por lo bien prooorcionado de su cuerpo. Su color es cobrizo y sus cabellos negros y ligeramente encrespados. Los ojos son también n:gros y grandes. Son laboriosos y atrevidos ma– rinos; los hombres se dedican con preferencia a la pesca, y las mu· jeres a tejer telas. Su traje se compone de un pedazo de tela atado a la cintura y un sombrero de paja coronado por cuatro palos que sostienen plumas de aves. Las mujeres suelen llevar además una especie de falda. El tatuaje es corriente; se pintan el rostro de un color anaran· jedo y se unta11 el cuerpo con aceite de coco. Adornan vistosamen· te sus orejas y para esto perfórHnlas sin tiento, colgando de ellas, a modo de pendientes, hacecillos de yerbas, collares y hasta meda· lla~ regaladas por Jos Misioneros. Son también muy aficionados al baile, pero no poseen instrumentos de música. Su eoangelizazión. Cuando Alonso de Ojeda desembarcó en las Antillas en 1509, pudo haber dicho a los indios qi:e los hidal– gos leoneses eran de una raza más civilizada. Lo que les dijo !ex· tualmente es que •Dios N. Señor, que es único y eterno, creó el cielo y la tierra y un hombre y una mujer, de los cuales,vosotros, yo y todos los hombres que han sido y serán en el mundo, descende· mos. • El ejemplo de Ojeda siguió algo más tarde en las Carolinas Toribio Alonso de Salazar y tras este todos Jos descubridores y conquistadores espailoles de aquel archipiélago. Empei'lado en la gloriosa empresa de evangelizar las Carolinas, 'v\arianas y Filipi· nas, llegó a decir Felipe 11 que •por una sola Ermita en que en Fi· lipinas se conserve el santo nombre de Dios, gastarla la renta de todos mis reinos.• Y que estas magníficas expresiones, dignas del más celoso apóstol, no eran meras palabras, pruébalo suficiente· mente el informe del Consejo, que en 1556 decía al rey: Vuestra Majestad ha gastado hasta agora de su real hacienda, en el descu· brimiento y conservación de aquellas islas (Marianas) más de tres millones, mediante lo cual se ha predicado en ellas la Santa Fe Ca· tólica y rescivido la gran cantidad de infieles que sean baptisado.• Evangelizadas las Filipinas y Marianas tocó el turno a las Ca· rolinas y Palaos.
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