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ANUARIO MISIONAL 19 13.- A las puertas de la hermana muerte. Un rsyito de esperanza nos alumbra todavía. Tal vez no lleguen hasta nuestra iglesia, nos dijimos; quizá nos salve nuestra condi– ción de extranjeros. Vana ilusión! )Pronto vino a desengañamos de ella la más brut&I realidad. Llegan a la puerta principal de la casa y Is golpean violentamente. Corremos a abrirla; pero antes de que llegáramos cede ella s i empuje de fuera y cae por los suelos, dando paso franco a los enemigos. Preguntamos por su jefe, pues quería– mos parlamentar con él; pero no se oye ningún sonido articulado; no más que gritos furiosos, jugar de annas y feroces amenazas. Ya creímos llegada nuestra última hora. Aunque hablamos recibido ya antes la absolución sacram~ntal, queremos recibirla ahora de nuevo como por última vez. Me arrodillo, y me absuelve el P. Bartolomé; se arrodilla el P. Bartolomé, y a su ledo fray Isidro, y les doy Ja ab– solución. No había tiempo para confesarse. En cuanto nos tuvieron a su alcance se lanzaron impetuosamente como fiHussobre nosotros, encaflonándonos con sus pistolas y fusiles, y enfocándonos con sus linternas. En la oscuridad reinante no pude danne cuenta exacta de la suerte que corrieron mis compaileros. Véase lo que hicieron conmigo. El primero que me alcanza me quita de la cabeza la boina vasca que cubre mi calva. Yo protesto haciéndole saber que es re– galo personal del acreditado fabricante de txapelas tolosano Sr. Elósegui, y que como tal regalo no puede ser enajenado. Pero mi protesta no halla eco. La urbanidad no cuenta para nada en el ce– remonial de los rojos. El seg.indo me arranca de un tirón Is bufan - da que rodea mi cuello. "No ves que estoy fuertemente resfriado"? le digo si bellaco; y él me contesta: "También nosotros tenemos frío". El tercero quiere hacerse con mi correa de cabalgar que uti– lizo para recoger la toga china. A mi me era muy conveniente, pero por lo visto, al asaltante también. El cuarto se enamora de mis za– patillas. Las habla estrenado el mismo día. Cuando quiso sacarme la segunda, yo me resisto, y golpeando firmemente en el suelo, cla– mo: "Begooñal" invocando a la Virgen del mismo nombre que se venera en Vizcaya. LA invocación tuvo tal eficacia que no solamen– te se salvó la zapatilla amenazada sino que la ya robada me fué de vuelt11 inmedi:itamente. Un quinto intenta privarme de mis gafes; yo las defiendo con las manos y con Is lengua: "Las lentes no, le digo con energía; sin ellas no soy hombre". La respuesta fué muda pero elocuente y aleccionadora: un rudo golpe en la cabeza con un instrumento cortante. El golpe me dejó aturdido y me rendl a dis-
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