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ANUARIO ~USJONAL 17 Ja calle... a den metros de nuestra ca&a!>. Repentina y simultá– neamente nos asaltó a los tres el mismo pensamiento: El Sagrario! Y al sagrario voló el P. Bartolomé seguido de fray Isidro, mientras yo mefdirigia a Ja puerta principal para observar de cerca lo que ocurría en la calle. A Jos po:os minutos sentí que los bandidos es– taban muy cerca, y pensando que aquell& noche bien pod!a ser la úl· tima de mi vida, corrí en busca de aliento y esfuerzo a la capilla, y allí tropezaron mis ojos con un espectáculo emocionante: el P. Bar– tolomé, estrechando el copón contra su pecho, parecía querer huir y daba pasos vacilantes a lo largo de la nave; fray Isidro, con una palmatoria en las manos, rendía homenaje al Dios de la Hostia, arrodillándose y alzándose cada vez que el P. Bartolomé daba algún tropiezo. •Suma pronto», grité al Padre, y me contesta: No pue– do•. Tan grande era su angustia, tan profilnda su emoción. Enton· ces tomé yo el copón en mis manos pecadoras, y haciendo a fray Isidro participe de la refección sagrada, sumí apresuradamente to– das las hostias del copón. En cuanto Jo vió vacío, fray Isidro me lo arrebató de las manos y echó a correr con él. •Eh , ehl le grito; tráigamelo acá, que hay que purificarlo• .-•No hay tiempo, inter– viene el P. Bartolomé. Dios no nos tomará en cuenta lo que en es• te caso pequemos involuntariamente contra las rúbricas. Corra, Hermanol• Y no lo dijo a ningún sordo. Allá va fray Isidro más que de prisa a ocultar el copón y los cálices en el sepulcro del di– funto P. Simón de Bilbao. 12.-Consulta urgente. Qué hacemos? nos preguntamos los tres. Quizás, a favor de la oscuridad de aquella noche podríamos huir y poner a salvo nuestras vidas... Ni pensar en eso. Allí teníamos la Santa Infancia, con sus 30 niñas de toda edad; niñas que en el mundo no contaban con otra protección que la del misionero a quien a boca llena llaman Padre. Las socias de la Santa Infancia, una vez que se han acogido a la Iglesia, se creen propiedad de la misma Iglesia, y siguen pertene· ciendo a la misma aun cuando se decidan a tomar estado y reciban el séptimo sacramento. Y la Iglesia debe ampararlas y cuidarlas en ciertas ocasiones y peligros morales o materiales al modo que en Europa o América cuidaría y ampararía un padre cariñoso a sus hi· jas más queridas. Propuse a mis dos compañeros quedar yo al cui– dado de las niflas y que ellos se encomendaran a sus pies; pero el Padre Bartolomé, fija en la mente la idea de su deber y de su res– ponsabilidad, contestó resueltamente: "Yo soy el rector de aqul, 2
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