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ANUARIO MISIONAL una enorme cruz que pesaba más de treinta kilos. Cuando se hallaba solo y creía que nadie le oía, recitaba en alta voz al– gunos salmos del Breviario, que sa– bía de memoria. Tenía costumbre de oir los sermones de rodíllas; tal era et respeto que tenía a la palabra di– vina. Las disciplinas con que casti– gaba su cuerpo, eran formidables. Usaba, además de las cadenillas re– glamentarias en la Orden, otras de diversas clases. A veces se azotaba con un manojo de llaves de tas que él 145 guardaba por sus oficios. Un día al Pr. M1¡¡•e1 de Clrauqul di~ciptinarse, rompióse la liz con que tas ataba; y una de las llaves fué a dar contra et P. Romano de Li· zarraga, quien afirma que el golpe fué durisimo. Este religioso que era su confesor, aseguraba que Fray Miguel tenía hecho voto de no perder ni un soto minuto de tiempo, y testifica así mismo que nunca desde niño hasta su muerte cometió la más leve falta con– tra la virtud de ta castidad. Cuando la Comunidad sufrla alguna tribulación, Fray Miguel quedábase durante la noche en oración, cerca del Sagrario, clamando: c¡Señor, todo esto es por mis pe– cados!> Nunca se te vió indignado o alterado. Hablaba poco, pero era afable. No se escapaban a su perspicacia los defectos de tos religio– sos; mas nunca los comentaba ni delataba. Afinnan religiosos gra– ves, que Fray Miguel nunca perdía la presencia de Dios. Y refie– ren de él, que sufrió persecuciones por parte del demonio; y le atri– buyen varios hecho prodigiosos. El día 7 de Junic; de t904 se acostó por orden del Superior, que se dió cuenta de que •Fr. Miguelico> se hallaba enfermo. Después de recibir et santo Viático, bajó a la iglesia e hizo et Via-crucis con ta cruz, según s.u costumbre. De nuevo ordenáronle que se acostase para administrarle la santa Unción. A las dos de la madrugada del día 8 murió santamente, sin agonía, sin que se viera la más leve con· tracción en su rostro, con suma tranquilidad y placidez. He aquí ahora un caso raro e inexplicable: Antes de amanecer, acudieron al convento separadamente y con breve intervalo de tiem· po tres caballeros de la ciudad que apreciaban a Fr. Miguel como a santo: Don Leandro Hernandez, Don Claro José Rios y Don Alfre· 10

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