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ANUARIO MISIONAL 129 Ml8IDnfiR08 ftOTRH~fiS Ofi nnunRRft-CfthTftHRln Desde la época de la exclaustración del siglo XIX siglo escaso transcurrido desde la exclaustración, es un lapso de tiempo muy reducido para hallar nutrida galería de misioneros notables capuchinos de una .sola Provincia. Las circunstancias de la época han si– do, además, muy adversas para el desarrollo y vida de la Orden en nuestro país; y por ende, nada propicias para la organización de las Misiones y formación de misioneros. Recuérdese la furiosa persecución desencadenada en Espaila contra la Iglesia y las Ordenes Religiosas que culminó en la ley de supresión de conventos, de Marzo del 36. Esta sacrílega ley alcan– zó a Navarra en 1839 con funestas consecuencias para nuestros reli– giosos, que se vieron dispersos, como ovejas sin albergue ni pastor. No obstante, en nuestra Provincia aparecieron hombres de es· plritu tan bien templado como los de San Francisco Javier y Fray Francisco de Pamplona, intrépidos aventureros C:e la Cruz. Y cuan– do por tolerancia del Gobierno de Madrid, nuestra Orden comenza– ba a renacer y daba sus primeros pasos aún vacilantes y recelosos, los encaminó hacia paises de infieles; lo que constituye un mérito relevante, del cual deberla hacerse honorifica mención en la histo– ria general de las Misiones. Aunque la abundancia de misioneros nuestros no es tal que em– barace al cronista en la tarea de selección, he tenido que escoger– los al azar; y lo consigno así para que no redunde en menosprecio de otros, lo que no es sino preterición obligada por la estrechez del espacio concedido a mi pluma. Un mérito personal de nuestros capuchinos apóstoles llamará la atención del que quiera fijarse en sus generosos esfuerzos: la perfecta intuición del carácter sagrado de su ministerio, que desem– peñaron teniendo a la vista los soberanos principios sobrenatura· les profesados siempre por la Iglesia. No pudo aludir a nuestros mi· sioneros el Papa Benedicto XV cuando expresó su dolor con estas graves palabras: •Algunos misioneros tuercen el camino. No es su vocación dilatur fronteras de imperios humanos, sino los de Cristo; 9
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