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104 M-UARIO MISIONAL Julio. Poco antes del Congreso Eucarístico se recibieron insistentes ruegos del Ilmo. S. D. José Maria Caro para que los Capuchinos fundaran algunas residencias en el Vicariato Apostólico de Tarapa– cá, que él tenia bajo su jurisdicción, pero muy escaso de sacerdotes para el ministerio de aquellas soledades del gran campo de explo· tación del salitre chileno. El P. Superior regular quiso ver por s! mis– mo el campo de acción que se nos ofrecía, y al efecto, el día 12 de Agosto de 1922 emprendió un viaje acompailando al Excmo. Seilor Nuncio Apostólico a lq:iique, sede del Vicariato. El resultado fué comunicado a Roma a donde llegaban repetidos ruegos en pro ele nuestra aceptación. El P. Superior Regular expuso la enorme difi– cultad de comunicaciones con nuestros centros de vida religiosa en el resto de la República, y el número tan subido de misioneros qae se necesitarían para rt"mediar el aislamiento forzoso en que queda· rían los destinados a !quique, pues el M. l. Sr. Vicario Apostóli· co se disponía a entregarnos la sede misma Parroquial y aun el Vi– cariato. No se aceptó el ofrecimiento con gran sentimiento de todos. Al mismo tiempo acentuóse nuestra coordinación fraternal mi– sionera con nuestros hermanos de la Provincia de Baviera en la Araucanla, mediante misiones dadas por los Capuchinos españoles en las Estaciones araucanas más civilizadas, y celebrando jornadas Araucanistas iniciadas por la Sociedad de Seiloras Protectoras de Indígenas, cuya dirección tomó en Santiago el M. R. P. Ignacio de Pamplona al cesar en su cargo de Sup. Regular en Julio de 1923. Jornadas que culminan en un hermoso Congreso Araucanista en 19'25, en el que nuestros queridos misioneros del Sur de Chile de– mostraron plénamente la vitalidad de su apostolado ante la Socie– dad chilena que supo darse cuenta de lo que importa a Chile fo– mentar la civilización cristiana de los mapuches. V I A vances del apostolado en la Argent ina Cuando en Julio de 19'23 fué nombrado el M. R. P. Agustín de Pamplona, Superior Regular, podía muy bien apreciarse en Argen– tina el grado de insospechada prosperidad a que el esfuerzo de nues– tros abnegados misioneros había llevado el Santuario de Nueva Pompeya: pero debemos confesar para gloria de Dios y de su San– tísima Madre que su intervención milagrosa fué el impulso inicial de

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