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270 MIGUEL-ANXO PENA GONZÁLEZ 4 Aquella escuela de México regida por Pedro de Gante se convirtió en un cúmulo de posibilidades de las que salieron, además de misioneros, un considerable grupo de artesanos: herreros, sastres, zapateros, pintores, canteros, carpinteros, que entrarán directamente a colaborar en la edifi cación de templos, ermitas, en la producción de retablos, imaginería reli giosa y pinturas... Esta tarea pronto trasciende los límites de las residencias de los fran ciscanos, de tal suerte que la educación llegará también a las niñas, para lo cual se trae de España a algunas terciarias y beaterios franciscanos, que asuman dicho ministerio. El trabajo de aquellos años debió resultar agotador, porque los pri meros decenios fueron de verdadera conversión en masa. En 1529 afir maba Fray Pedro, en carta a sus hermanos de Flandes, que iban bauti zados más de 200.000; había días en que los bautismos se elevaban a 14.000. Fray Martín de Valencia escribía en 1531 al comisario general: “Sin exageración, hemos bautizado ya más de un millón de indios 2. El envío de los Doce Un momento especial de recuerdo en la historia de las misiones fran ciscanas en las Indias Occidentales lo conforma la carta de Fi: Francisco de los Angeles Quiñones, ministro general de la observancia franciscana, a Fi: Martín de Valencia y a sus doce compañeros poco antes de partir para el imperio azteca. No se trata simplemente de una obediencia o instruc ción formal, sino que se hace patente todo un fragor misionero, que inten ta determinar un hacer pi-opiarnente franciscano. Es curioso que dicho acontecimiento ha sido tradicionalmente conocido como la evangeliza ción de los Doce. El lenguaje, con una fuerte impronta evangélica, nos sitúa ya con claridad en el marco de referencia, que no será otro que el envío de Jesús a sus discípulos en el capítulo 10 de Mateo, con todo lo que esto implica, así corno la carga emocional que tiene. Para aquella peculiar y novedosa tarea, siguiendo las indicaciones de la Regla de San Francisco1, se busca a los hermanos dotados de las cua lidades requeridas, sin importar la condición, estado, dignidad u oficio, que desempeñasen hasta aquel momento5. Era el momento de reafirma ción más fuerte de la tarea evangelizadora, ya no se trataba de ir a trabajar 4. 2R 12: “Aquellos hermanos que quieren, por inspiración divina, ir entre san-ace nos y otros infieles, pidan para ello la licencia a sus ministros provinciales. Pero los minis tros no otorguen la licencio pal-a ir sino a los que vean que son idóneos para ser enviados”. 5. CF. LÁzARo DE AsPuRz, “Despertar misionero en la Orden Franciscana en la época de los descubrimientos (1493-1530)”, en Estudios Franciscanos, 50(1949)415-138.
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