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268 MIGUEL-ANXO PENA GONZÁLEZ 2 emprender una labor organizada y seria. El grupo estaba formado por 17 franciscanos, a las órdenes de Fray Alonso de Espinai Era un paso firme en pro de los naturales de aquellas tierras que iría ampliando su horizonte progresivamente hacia las islas vecinas, a medida que se afianzaba la con quista. Esta fuerza misionera se verá refrendada en 1509, cuando entran en la escena indiana los dominicos, convirtiéndose en una ayuda oportuna para la evangelización de los naturales. 1. LA ATENCIÓN Y DEFENSA DEL INDIO 1. Los niisioiieros !laotencos En 1522 pal-ten para el Nuevo Mundo los flamencos Pedro de Gante, luan de Tecto y Juan de Aora, llegando a Veracruz en agosto de 1523, se dirigen a Tenochtitlán (México), de donde parten inmediatamente debi do a la situación de ruina y peste en que había quedado la ciudad después del asalto de Hernán Cortés y sus huestes, por lo que se trasladarán a Texcoco, donde comenzarán simultáneamente su labor como misioneros y el estudio de la lengua náhuatl. Los misioneros comprendieron que ]a manera oportuna de evangelizar a los naturales suponía necesariamente el conocimiento de su propia cultura, por lo que se dedicaron con gran ahínco al estudio y aprendizaje de las lenguas autóctonas. Juan de Tecto, con esta intención, elaborará los primeros rudimentos de la doctrina cris tiana en lengua náhuati. Por SLI parte, Pedro de Gante, desde su condición de ]aico, organiza diversas escuelas, la primera de ellas será la de Texcoco, donde se ense ñaba romance y latín. Después de 1524, se traslada a la ciudad de México, organizando un colegio con más de mil alumnos indígenas, en los que se utilizan unas adecuadas técnicas pedagógicas, entre las que sobresale el juego y la danza, acei-cándose sencillamente a la realidad concreta del indio. La escuela tenía un doble objetivo: instruir en la fe cristiana a los niños más sobresalientes de la sociedad indígena, al mismo tiempo que se intentaba formar con ellos un grupo misionero que pudiera colaborar directamente en la evangelización de sus connacionales. De esta manera, la mano de obra se multiplicaba de manera exponencial, al mismo tiem po que se facilitaba el grave problema que los misioneros tenían con el uso de las lenguas indígenas. El misionero llega incluso a una distribución oportuna del tiempo, de tal suerte que, en el día enseñaba a leei; escribir y cantar; mientras que por la noche, los instruía en la doctrina cristiana y sermones. La tarea evangelizadora comprendía toda su vida y no le dejaba mucha posibili ciad de reposo y descanso. Esta labor crece progresivamente con nuevos

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