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128 MIGUEL ANXO PENA GONZÁLEZ Ante esta constatación que algunos considerarán demasiado negativa, otros incluso catastrofista, no cabe duda que se encuentra la falta de valores necesarios para el diálogo por una parte, pero también la autosuficiencia por la otra, que sólo considera bueno aquello a lo que dice estar ligado desde hace siglos. Ante este tipo de posturas no son suficiente las buenas palabras. No es posible cerrar los ojos ante un problema que tenemos tan patente. A este res– pecto no sirve de nada cerrar los ojos a lo evidente. Así todos aquellos que viven en grandes ciudades, en núcleos sociales privilegiados, casi no experimentan el conflicto y la realidad de la emigración. Cuando tienen alguna referencia de ésta, sólo es en relación con el servicio doméstico, que cuando proviene de otros paí– ses les resulta más económico y eficaz, pero no llega a afectar a su realidad social. Cosa muy distinta es lo que ocurre en ámbitos económicamente mucho más deprimidos, donde el choque de civilizaciones se convierte en una cons– tante diaria y con unos niveles de agresividad demasiado llamativos. Éstos son los que sienten a la inmigración como una amenaza, realidad que ven manifes– tarse de diversas formas: desde la educación, desde la necesidad de empleo, desde la búsqueda de una vivienda digna... Ante este hecho debemos buscar una respuesta equitativa y capaz de res– ponder con la coherencia debida, mostrando la autenticidad y el respeto nece– sario, pero respondiendo a la dificultad y complicación del conflicto. Dicha res– puesta ha de comenzar por las políticas de migraciones, donde se ha de imponer el diálogo de Estado a Estado, para luego ir derivando hacia niveles inferiores y más próximos al hombre de a pie, que es donde se debate la reali– dad de todos los días. Sí parece estar aceptado socialmente que no toda emigración comporta las mismas dificultades de posibilidad de choque o diálogo. Aquellos ambientes que provienen de una cultura cristiana suponen una mayor posibilidad de acep– tación mutua y crecimiento 4 . Por eso quizás en este momento habría que resal– tar el aspecto contrario, donde lo que se ha de potenciar es la cooperación y el se alejan demasiado de la realidad. Huntington considera que los inmigrantes son una amenaza para las distintas sociedades. Concretamente él considera que son una advertencia para !os Esta– dos Unidos, que se ve fuertemente amenazado por la división que pueden provocar los inmigrantes. Uno de los elementos que él considera más claros de dicha desintegración, es la fuerza que van cobrando otras lenguas. Sus posturas se han visto todavía más polarizadas a raíz del atentado de las torres gemelas el 11-S de 2001. Por lo menos han de servirnos para tomar conciencia de la difi– cultad del asunto. Concretamente nos estamos refiriendo a las obras ya clásicas: S.P. HUNTINGTON, El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Paidós, Barcelona 1998; lo., La. ter– cera. ola. La democratización a finales del siglo XX, Paidós, Barcelona 1994. 4 No cabe duda que los ambientes marcados por una misma cultura o lengua, como es toda la inmigración hispanoamericana, ocuando coincide también con una fe, como es el caso de los paí– ses del Este, la mitad del camino está ya andado. Se parte de unas bases comunes que se convier– ten en configuradoras de la nueva sociedad y encuentro. Aunque surgen conflictos, éstos serán más fáciles de solucionar y resolver.
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