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220 MIGUEL ANXO PENA GONZÁLEZ material completo y cerrado, sino que al mismo sucesivamente se iban in– corporando las aportaciones y reflexiones de los diversos maestros, por lo que debía ser considerado como una construcción de Escuela. De igual ma– nera procede él, añadiendo e incorporando sus propias precisiones y refle– xiones y, lo que comienza a ser esencial, en una absoluta fidelidad a Santo Tomás, así como a la interpretación que de él haga Tomás ele Vío. La preocupación por recoger todo un pensamiento, convirtiéndolo ahora en un Comentario, pone también en evidencia otros problemas. La expli– cación pudiera encontrarse en el hecho de sentirse los dominicos amena– zados de alguien que quiere apoderarse de dicho patrimonio intelectual, usándolo como si fuera suyo propio. Los traslados y las copias de los maes– tros circulaban, no sólo en el ambiente dominicano, sino en todo el entorno académico, por lo que, muy probablemente, otros maestros tenían la in– tención de utilizarlo. Medina, sin señalarlo, está aludiendo al maestro agus– tino Pedro de Aragón. Por lo mismo, a la intención institucional ele configurar un pensamiento se une también una preocupación por defender los propios intereses institucionales, algo que en aquel momento tenía una importancia capital. Por esta razón, el dominico juega con un lenguaje ale– górico, haciendo ver que sus superiores se habían ahora despertado ele un letargo y le encomendaban a él esa admirable y honorífica tarea. El len– guaje denota cierta carga mística, como si se tratara de una tarea profética, puesto que es un empeño dirigido al bien ele toda la Iglesia, que ha de ir más allá de una simple compilación, orientándose al perfeccionamiento del tomismo. El discurso elocuente y barroco nos ofrece luz sobre cuestiones que pu– dieran pasar desapercibidas. Parece intuirse que en la nueva realidad del Orbe católico los dominicos se resisten a renunciar a un papel de prepon– derancia que, con gran acierto, entienden podría venir por medio ele la di– fusión rápida del pensamiento que ahora permitía la imprenta. De esta manera, la Teología ya no se encuentra exclusivamente en la cátedra, sino que han de ser tenidos en cuenta también otros contextos y aspectos, a los cuales hasta el presente no se había dado ninguna importancia. Pero si esto pudiera ser importante, no lo era menos el hecho de que ya otros se habían tomado en serio esta cuestión y con magníficos resultados. Era, v. gr., la ex– periencia en el marco teológico-moral con los tratados De iustitia et iure ele Domingo de Soto y Luis de Malina que, en un coito espacio de tiempo, contaban ya con un número considerable de ediciones y, además, en luga– res muy diversos, ya no sólo en los marcos de la catolicidad. El conflicto que estaba a la base ele esta preocupación parece hacer re– ferencia, como ya hemos insinuado, a la preponderancia teológica. Los do– minicos entienden e interpretan las doctrinas tomistas salmantinas como propias y exclusivas de su propia familia religiosa, mientras que otros con– sideran que éstas pertenecen a un lugar común, como si de un depositum
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