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Si en otros ámbitos de la teología el diálogo es esencial (piénsese v.gr. en toda la temática de la vida humana, o de la misma comprensión del hombre, frente a otras culturas o movimientos culturales), no lo es menos en la espiri- tualidad, precisamente por encontrarse también en el marco de la teología práctica. El diálogo, en este sentido, requiere además respeto, para saber escu- char al otro, ser lo suficientemente humilde como para aceptar la experiencia concreta del que tengo frente a mí 5 . Llegar a hacer más permeable esa expe- riencia propia del cristiano, cual es el sentirse hijos de un mismo Padre, que nos hace a todos hermanos. En este sentido, no son desdeñables las experiencias que se han ido intro- duciendo a lo largo de la historia intentando entablar un diálogo sincero con Dios, y que pasa indefectiblemente por la experiencia de sentirnos todos her- manos. No cabe duda que la espiritualidad es uno de esos ámbitos de lo reli- gioso, donde con más claridad se puede constatar ese diálogo que se expresa también en la adecuación de diversas tradiciones y culturas. Sirva de ejemplo, la influencia que han tenido en las formas concretas de oración, los métodos orientales de concentración y de meditación. Efectivamente se trata de un enri- quecimiento, pero el peligro viene cuando no se ha producido un adecuado equilibrio entre el método y la forma, con lo que lo externo ha terminado por ocuparlo todo 6 . Nuestra propuesta, por tanto, parte de la necesidad de escucha que es inherente al ser humano, que tiene necesidad de que Dios le hable. Aquello que tradicionalmente ha sido conocido como el ansia de Dios , expresado maravillosamente en el Salmo 63 con la imagen de la tierra sedienta. «Oh Dios, tú eres mi Dios, desde el alba te deseo; estoy sediento de ti, por ti desfallezco, como tierra reseca, agostada, sin agua. Quisiera contemplarte en tu santuario, ver tu poder y tu gloria» (S 63,1-3). 174 5 Simplemente enuncio la cuestión, pero me parece de crucial importancia. Esa humildad supone escuchar al otro y su experiencia de Dios. Pongamos el ejemplo de la, tantas veces denostada, religiosidad popular ámbito por el que transita la experiencia de Dios de un amplio sector de nuestra sociedad, en este sentido se impone la escucha y el diálogo como medio para ayudar a ver también ahí la mano de un Dios que puede hablarnos de múltiples maneras. A este respecto, cf. J. A. Ramos Guerreira- F. Rodríguez Pascual-M. A. Pena González (eds.), La religiosidad popular. Riqueza, discernimiento, retos ,Servicio de Publicaciones de la Universidad Pontificia, Salamanca 2004. 6 En este sentido, prefiero considerarme en una postura cauta, pues creo que el enriqueci- miento ha sido mayor que el riesgo y es necesario seguir caminando en este constante diálogo. Por otra parte, no se puede olvidar que en este tercer milenio que estamos comenzando a vivir, donde las cosas no son todo lo esperanzadoras que hubiera sido de desear, se impone una mirada atenta hacia el Oriente, puesto que una gran porción de nuestra fe se debate en aquellas latitudes y, es totalmente lógico, que lo expresen desde sus propias formas culturales.

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