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gen la realidad individual del propio individuo, tampoco lo tiene como hori- zonte, sino que muy al contrario éste se sitúa ahora como mediador del men- saje recibido, para que también pueda ser comprendido y asimilado por otros. Por tanto, aquel que es realmente capaz de escuchar la Palabra, está llamado a ser testigo, después de haber asimilado serenamente el mensaje. Por lo mismo, podemos afirmar que la Palabra de Dios se entiende verdaderamente sólo cuando se comienza a poner en práctica 41 . Precisamente porque ahí está su razón de ser y fuerza más profunda, lo que marca la diferencia con otro tipo de mensajes recibidos o palabras escuchadas 42 . Por lo mismo, este movi- miento final tiene presente todos los pasos sucesivos que el método de la Lec- tio Divina pone de manifiesto en su procesualidad interna. Este detalle lo había expresado con gran acierto la Epístola de Santiago, mostrando las dos opciones ante las que se encuentra el hombre, en esa necesidad que tiene de optar: «Poned, pues, en práctica la palabra y no os contentéis con oírla, engañán- doos a vosotros mismos. Pues el que la oye y no la cumple se parece al hombre que contempla su rostro en un espejo… dichoso el hombre que se dedica a medi- tar la ley perfecta de la libertad; y no se contenta con oírla, para luego olvidarla, sino que la pone en práctica» (Sant 1,22-25). Es interesante retomar las palabras del apóstol Santiago, porque nueva- mente nos presenta la imagen del espejo, distinguiendo perfectamente entre la mirada y decisión que ha de identificar al verdadero testigo, de aquel que se aleja del mensaje. Dos maneras de comprender que se encuentran en polos manifiestamente opuestos. La diferencia estriba en la docilidad ante el men- saje. Precisamente por eso, cumplir la palabra supone, además, una categoría esencial en la vida del creyente: la obediencia , que lo es fundamentalmente a la obra de Dios expresada en su Palabra. San Pablo, precisamente, habla de obediencia a la doctrina (Rom 6,17), de obediencia al Evangelio (Rom 10,16; 2 Tes 1,8), de obediencia a la verdad (Gal 5,7), de obediencia a Cristo (2 Cor 10,5). Encontramos también el mismo lenguaje en otros lugares del Nuevo Testamento: en los Hechos de los Apóstoles se habla de obediencia a la fe (Hch 6,7); la Primera Carta de Pedro habla de obediencia a Cristo (1 Pe 1,2) y de obediencia a la verdad (1 Pe 1,22). 194 41 Cf. San Gregorio Magno, Homiliae in Hiezechihelem prophetam , I, 10, 31 (CC SL 142, 159). 42 Esa es precisamente la singularidad de la Palabra el ser convertida en acto, no de una manera beligerante y apologética, sino como oferta auténtica de la propia experiencia que uno ha tenido en su vida que, al ser buena para él mismo, la quiere ofrecer también a los otros.

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