BCCAP000000000000116ELEC

aquel que se siente seguro junto a Dios, que lo hace silenciosamente, para no apagar la voz del que ha de ser escuchado, para que pueda ser oído con clari- dad el mensaje, para que no entremos en la fácil confusión de las voces. Es, por tanto, la experiencia del que ya no tiene necesidad de engañarse y esperar en cosas materiales y medibles, puesto que no sirven para llenar su vida. Es la misma experiencia del salmista cuando afirmaba «Para mis pies lámpara tu palabra, luz en mi sendero» (S 119,105). Es el equilibrio entre lo esencial y lo pasajero, entre lo que cuenta y lo que no cuenta. Es, además, la muestra de una intimidad y complicidad con aquél que vamos a encontrarnos. Dicha colaboración, que evidencia una fuerte intimidad, por otra parte, supone reconocer en nuestra vida que «no conocemos por la fe, sino por el amor» 31 . Es una llamada de atención a movernos desde claves diferentes a las que están presentes en el mundo, a manifestar esa grandeza de Dios, actuando en nuestras vidas y que se expresa precisamente por medio de los hechos con- cretos, a través de esa expresión tan querida a la Escritura: con entrañas de misericordia. Precisamente por esa necesidad que la misma Palabra tiene de ser transmitida y conocida es por lo que el Sínodo insistía en que «que la Pala- bra de Dios debe penetrar en todos los ambientes de tal suerte que la cultura produzca expresiones originales de vida, de liturgia, de pensamiento cris- tiano» 32 . En un mundo como el actual, donde estamos constantemente hablando de globalización, de interculturalidad… la Escritura se presenta no como un medio de confrontación y de enfrentamiento sino, muy al contrario, como una oferta o modelo particular de encuentro y de posibilidad social, una llamada a salir de nosotros mismos, a ser capaces de escuchar y entender lo que el otro, el diferente, tiene que decirnos. Si la Palabra supone encuentro con Dios, necesariamente ha de ser también encuentro con el otro, desde las mismas cla- ves con las que Dios se encuentra y nos mira a nosotros mismos. No se trata, por tanto, simplemente de estructuras formales, de conocer más allá de lo teó- rico, como hemos señalado hace un momento, sino que hemos de «aprender a conocer el corazón de Dios en las palabras de Dios», en esas hermosas pala- bras de san Ambrosio antes citadas 33 . Qué lejos nos sitúa esta manera de entender las cosas de visiones como las que se han mantenido a lo largo de los 191 31 “Scitis autem, dico, non per fidem, sed per amorem”. San Gregorio Magno, Homiliae in Evangelia , lib. I, 14, 4 (CC SL 141, 99). 32 Proposición , n. 48. 33 Véase nota 29.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz