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Gregorio Magno afirmó que la Escritura es «una carta de Dios omnipotente a su criatura […] en ella se aprende a conocer el corazón de Dios en las palabras de Dios» 29 . No es fácil someternos al cambio de lenguaje que exige el ejercicio de la contemplación, de tal manera que podamos verle, contemplarle, sentirle… por medio de las palabras. Este es el gran reto para nuestro presente: también hoy es urgente reconocer a Dios en su Palabra. No como algo profesado mecáni- camente, sino en esa implicación íntima que tenemos con aquellos que ama- mos y nos aman. Tendríamos que ser capaces de ver la Biblia como un libro, en el que se plasma de manera singular una aventura de vida y de intimidad, donde se nos cuenta esa experiencia, pero donde también hay espacio para nuestra propia vida. Vuelvo sobre esta idea, puesto que es una de las que sos- tiene nuestro discurso. Se trata de una llamada radical a alejarnos de la indife- rencia o, si se prefiere, a que la palabra no nos resulte algo indolente. Estamos en un momento en el que, claramente, abundan las opiniones pero faltan las ideas profundas, en el que lo aparente ocupa muchos espacios de nuestra sociedad… y hemos de responder con la vida; que se manifiesta por medio de esos 73 libros, cada uno con su estilo y forma particular de expresión, que supone un aventura en la que llega incluso a preguntarse por los porqués y para qués de la misma sociedad. Eso explica que, en el reciente Sínodo, los Padres insistieran en la necesi- dad de cuidar y armonizar el encuentro con la Palabra en la lectura de la Sagrada Escritura, por considerar que en la lectura orante y fiel se profundiza en la relación con la misma persona de Jesús 30 . No se trata de nada nuevo, sino de volver la mirada a lo esencial. Ya no será cuestión, por tanto, de mirar en un espejo la faz indefinida de un dios que no conocemos y nos resulta lejano y distante, sino que tiene el rostro del Hijo, que se identifica con toda su vida concreta, con todos su hechos y dichos. Con una vida que presume una clara entrega de amor, que supone el abandono total, hasta asumir la propia muerte. Al igual que Jesús ofrece su vida, la Palabra nos ofrece un alimento sustancioso con el que poder caminar en ese encuentro. 189 29 “… quaedam epistulam omnipotentes Dei ad creaturam suam? Et certe sicubi esset vestra glo- ria alibi constituta et scripta terreni imperatoris acciperet, non cesarte, non quiesceret, somnum oculis non daret, nisi prius quid sibi imperator terrenus scripsisset agnovisset. Imperator caeli, dominus homi- num et angelorum pro vita tua tibi suas epistulas transmisit, et tamen gloriose fili, easdem epistulas arden- ter legere neglegis. Stude, quaeso et cotidie creatoris tibi verba meditare; disce cor Dei in verbis Dei”. San Gregorio Magno, Registrum epistolarum , lib. V, 46 (CC SL 140, 339-340). 30 Cf. Proposición , n. 9.

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