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zonte. Hoy en día, cuando lo religioso se quiere trasladar a una parcela de lo privado, se impone la necesidad de mostrar el necesario equilibrio y la ade- cuada coherencia en la manera de estar en el mundo. Supone, como dice la carta a los hebreos, discernir los pensamientos y las intenciones profundas de nuestra vida. En un momento donde todo el acento se pone en las palabras, al creyente le corresponde la tarea de vivir desde una nueva clave: una Palabra –con mayúscula– pero hecha vida, cuyo sentido originario no está en el dis- curso ni en la confrontación, sino en la coherencia de vida. Insisto en estos detalles, puesto que son los que ponen en evidencia que nuestra existencia es también un compromiso con el hombre, desde la fe. Dicho iter parte de la coherencia de la propia vida, aquella que pone de manifiesto el salmista. En una vida que opta por la confianza en Dios y, desde ella, cobra nuevo sentido también su vida: «Señor, tú me examinas y me conoces, sabes cuando me siento o me levanto, desde lejos penetras mis pensamientos… Me envuelves por detrás y por delante, y tus manos me protegen…» (S 139,1-2.5). Por tanto, la Palabra es un elemento irrenunciable en el camino de la fe. No puede haber un verdadero creyente sin un acercamiento sincero y medita- tivo al mensaje de salvación. Supone, como en el caso del salmista, después del reconocimiento de la omnipotencia divina, después de reconocerle a Él, la posibilidad de ser alcanzados por su mirada, para orientar nuestra vida y nues- tros actos, hacia su mensaje: «¡Examíname, oh Dios y conoce mi interior, ponme a prueba y conoce mis pensamientos; mira si en mi camino hay maldad, y guíame por el camino eterno!» (S 139,23-24). El salmista ha sido capaz de comprender que Dios está hablando con el corazón o, en esa expresión tan profunda de la misma Escritura, desde sus entrañas , desde lo que él mismo es y siente. Desde su experiencia radical de amor por el hombre. Entiendo que estas palabras pueden correr el peligro de aparecer como carentes de sentido, por estar quizás demasiado oídas o por haber sido enunciadas como si de cualquier otra cosa se tratara. Cuando, por el contrario, hacen referencia a una de esas pocas cuestiones esenciales que se dan en nuestra vida. Aquél que nos invita a participar de su propia intimidad nos habla de aquello que está en sus entrañas, del amor que tiene por el hom- bre concreto. Y, precisamente por tener esta experiencia es por lo que san 188

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