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Mostrando cómo aquello que vive el hombre preocupa a la Iglesia y tiene un reflejo concreto también en la Escritura. Por tanto, si de algo tiene necesidad, en este momento nuestro mundo, es de maestros de oración. En el sentido clásico del término, de aquel que enseña, que acompaña, que es capaz de iniciar a otros en un determinado camino y técnica, pero además haciéndolo a partir de su pro- pia experiencia personal, que la comparte y ofrece a otros, porque es lo mejor que les puede ofrecer. Partiendo para ello, además de esa confianza en el hom- bre, en la que uno es capaz de ofrecer toda su vida y, en la misma ofrenda, pro- poner y permitir el cambio de vida y la apertura a nuevos lenguajes. Precisamente por ello, un método que sea capaz de poner en relación a un nivel de interiorización estos elementos supone un camino que, humilde- mente, considero adecuado también para nuestro presente. En este sentido, hemos de ser conscientes de que la simple lectura atenta no agota el sentido de la Escritura, sino que amplia sus posibilidades. Es, por tanto, una llamada de atención a desarrollar nuevas fórmulas e iniciativas capaces de suscitar y atraer, no sólo a los que ya de manera ordinaria se acercan a las iniciativas eclesiales si no especialmente, a aquellos cuyos intereses van por otra parte, pero que están abiertos a una comprensión de nuestra cultura de manera amplia. En este sentido, una fantástica ayuda para la Lectio puede ser el mundo de la expresión artística religiosa… es decir, utilizar el arte religioso de todas las épocas como una plasmación concreta de un mensaje en un tiempo, capaz de ser comprendido por sus coetáneos. No olvidemos, en este sentido, acompañados del santo de Fontiveros, que para que esto se pueda dar hemos de salir de lo ordinario y lograr que nuestro espacio esté ya calmo y sosegado. Solemos llegar al encuentro con Dios, a esos cortos espacios de oración que abrimos en nuestras vidas llenos de cues- tiones, de preguntas, de preocupaciones… que no dejan de ser otro tipo de lenguaje y, por tanto, de palabras. El reto está precisamente en una actitud diversa, de aquél que va en búsqueda, pero que al igual que el peregrino no puede llevar consigo mucha impedimenta, pues la ha de cargar sobre sus hom- bros. Supone, por tanto, pasar de la oración a la contemplación, a mirar de otra manera todo lo que nos rodea. Muy acertadas resultan aquí unas palabras de Alcuino que ponen en rela- ción los elementos esenciales que hemos de conjugar: «La Escritura es el banquete en el que Cristo ofrece la comida que nos ali- menta, la ciencia que nos ilumina, la enseñanza de lo que tenemos que amar, de lo que hay que desear y de lo que debemos aspirar». 183

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