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Quiero insistir, fundamentalmente, en el medio más ordinario con el que contamos los creyentes, y que no es otro que la escucha de la Palabra. Nor- malmente solemos percibirla como una historia hermosa de una experiencia de Dios en un momento pasado; cargándola esencialmente de un sentido his- tórico y dejándola casi desprovista del valor singular de conectar con nuestra historia, que no es siquiera capaz de cuestionar nuestros propios actos. Es decir, la lectura adquiere un carácter eminentemente impersonal que no pone nuestra vida en relación con Dios 20 . Por tanto, el esfuerzo ha de orientarse especialmente en relacionar nuestra vida con esa experiencia del pueblo de Dios, ayudados por los medios que los especialistas ponen a nuestro alcance, y dejando también que aflore aquello que tenemos en lo profundo de nuestro corazón. Hacerlo de esta manera, supone también estar atentos a no caminar en medio de lecturas erróneas o de corte excesivamente literal. Esta cuestión es de verdadera importancia, sobre todo cuando vemos que hoy en día, en lo religioso cobra especial fuerza una lectura de corte controver- sista. Esto que nosotros consideramos especialmente significativo en el mundo musulmán, también está presente en el campo cristiano y en las múltiples interpretaciones de la Escritura. Es cierto que, con la Biblia en la mano, podrí- amos justificar cualquier tipo de postura y procedimiento pero, precisamente por ello, es necesario hacer una lectura adecuada y que no tergiverse la inter- pretación y el contexto desde el que hemos de meditar una lectura. Este tipo de cuestiones están mucho más presentes de lo que nosotros somos conscien- tes. Piénsese, v.gr . en las disputas entre creacionistas y evolucionistas… toda- vía siguen presentes y, lo único que traen consigo, es una fuerte confusión e incapacidad para diferenciar cuestiones esenciales de nuestra de fe, de otras que simplemente son puramente anecdóticas o maneras concretas de expresar un hecho. Ambas posturas, por otra parte, están tan cargadas de prejuicios que olvidan la importancia singular que tiene la experiencia del pueblo en la interpretación de la Escritura 21 . 181 20 Es, por otra parte, el riesgo que se corre constantemente desde un ámbito académico, donde podemos saberlo todo formalmente sobre un libro de la Biblia, su construcción… incluso ser capaces de “diseccionar” perfectamente sus perícopas… pero la convertimos en algo teórico y fundamentalmente intelectual, cuando la Palabra es y ha de ser siempre eminentemente afectiva y transmisora de un men- saje y de una experiencia de fe, para la vida de un pueblo en un momento concreto, que luego se con- vierte en experiencia para todos los creyentes. 21 El mismo Sínodo, insistía sobre esta cuestión, en la proposición 46: Lectura creyente de la Escritura: historicidad y fundamentalismo , afirmando que «El creyente para usar con fruto la Lectio divina debe ser educado a “no confundir inconscientemente los límites humanos del mensaje bíblico con la sustancia divina del mismo mensaje” (cf. Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia , I F)». No se puede tampoco olvidar la advertencia puesta por el Concilio Vaticano II, en la Constitución Dei Verbum , cuando afirmaba «que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre» (DV 25).

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