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PALABRA DE DIOS Y ESPIRITUALIDAD No cabe duda que, un título como el presente, corre el peligro de ser excesivamente ambiguo, por lo que nos podríamos quedar en simples genera- lidades o, por el contrario, centrarnos en un aspecto particular y orientar sobre él nuestra reflexión. El horizonte de sentido ha quedado delimitado por el sínodo de los Obispos del mes de octubre de 2008 que tuvo como tema de reflexión: « La palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia ». Por tanto, nuestra intención y marco es poner en diálogo la Palabra de Dios, con aquello que es específico del ser cristiano: una espiritualidad , que da sentido y sustenta al hombre en su devenir histórico. En este sentido, el puesto de la espiritualidad en la teología, está estrecha- mente vinculado al proyecto de vida, ya que el dogma debe profundizar en la fe, y la ética mira a la formación de la conciencia cristiana, a discernir lo que está de acuerdo o no con los grandes principios vertebradores del cristianismo. A la espiritualidad le corresponde preocuparse del cristiano como proyecto de vida global. Se trata de profundizar en el proyecto de vida personal y comuni- tario; algo que viene especialmente determinado por la creatividad y la expe- riencia concreta que cada uno haya vivido. Por lo mismo, la espiritualidad es algo personal e irrenunciable, algo singular que no puede venir impuesto por otros. Pero algo que supone un cuidado también por parte del individuo y de la misma sociedad 1 . Precisamente por esa manera particular de hacer, se impone la recupera- ción de esa dinámica entre lo fijo y lo libre. Entendiendo por fijo los valores 171 1 En un mundo como el actual, en el que se ataca abiertamente la existencia de Dios, la espiri- tualidad constitutiva del individuo se convierte en una manifestación callada de aquello que el pueblo siente y experimenta de manera afectiva, como opuesto –en este caso– a lo racional y, por lo mismo, algo ineludible.

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