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de la enteresa, con que me porté para sosegar el tumulto recorriendo los lugares públicos más principales, donde se iban congregando las gentes, después que saliendo de la casa del gobernador, al oír los primeros gritos, embaracé que desar- masen a los soldados muchos hombres, que allí abían entrado con este fin. Corrí al quartel, donde figuraron que corría el pueblo para apagar el incendio que tam- bién supucieron para paliar los primeros eccesos del alboroto (f. 6v). Despejé las calles con mis exortaciones amorosas, sin acabar de conoser todabía, que era bulli- cio de motín, hasta que habiendo pasado a mi iglecia catedral para mandar sus- pender el espantoso clamor del rebato que tocaban presipitadamente, encontré defendidas las puertas de la torre por una porción de hombres armados con fuci- les y bayonetas, los quales me respondieron no sesarán las campanas por que para eso estamos aquí . 23. Volví a la plaza, de donde logré retirar las muchas gentes que la ocu- paban, del mismo modo, que en la calle Comercio, sin encontrar resistencia, antes sí la mayor dosilidad y respeto, después de recibir mi bendición, hincados de rodillas, resando una salve a María Santísima del Carmen, cuya festividad y proseción había solemnisado aquel día. Llegué a la boca calle de mi palacio, en compañía de los alcaldes, que me salieron al encuentro en la plaza, y me siguie- ron en las demás estaciones, sirviendo de fieles testigos de la obediencia con que a mi voz se despedían todas las gentes. Quice bolver a la plaza, por que advertir que los que se iban retirando de mi precencia, bolbían todos a reunire en la misma plaza por diferentes calles; pero no lo permitieron los alcaldes, con decir que corría riesgo mi vida, y aunque les repliqué con enfado que hasta aquel me habían visto, obedecido y respetado, sin haberse intentado siquiera el menor desacato contra mi persona, entre la multitud de más de dos mil almas. Me repitieron la misma respuesta con lo que también ratificaron otros varios de los acompañantes. 24. Sin embargo enderesé mis pasos así a la plaza hasta corto trecho ade- lante, donde encontré al señor Governador que benía del quartel muy agitado, y entonces se le presentaron los alcaldes para persuadirlo que entrásemos a mi pala- cio para conferenciar sobre aquel lance. Y aunque yo insistí en ello, con tal que fuese muy brebe, y en el patio para no perder tiempo, al cabo fue presiso subir por la mucha gente que estaba allí congregada, quando en el momento nos vimos sercados con sinquenta hombres armados con uniformes. 25. Los alcaldes salieron inmediatamente a celebrar cabildo, quedándose allí el governador, por que las gentes no le permitieron que fuese a precedir el ayun- tamiento como lo solicitaba. A muy poco rato oímos grande gritería de un tropel de gente que se encaminaban con el regidor Don Juan Bautista Sagárnaga, dando golpes descompasados por todas las puertas, quanto entró con el oficio para que el Intendente renunciase el govierno, como lo executó sin demora, cesando el alboroto por un cortísimo rato. Pues de hay a poco vino el alcalde de 2º voto Don José Antonio Medina, con otro igual requerimiento para que hiciera yo la misma renuncia. A lo que contesté que pondría el govierno al cargo de mi bene- rable cavildo, y además renunciaría la mitra en manos del rey nuestro señor, con la esperanza de que en virtud de sus benignos preces, disolvería Su Santidad el vínculo espiritual de mi Iglecia , como se reconose por mi contextación al cavildo 178 Miguel Anxo Pena González
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