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de sus virtudes al ver su conducta exenta de toda censura, por donde pudieran caer en el oprovio de las gentes 166 . 5. Por la misericordia de Dios, también yo me hallo en el rango de esta pro- pia gerarquía, con los mismos derechos y con las mismas obligaciones que recla- mó San Pablo por el decoro de su eminente dignidad, aunque sea al propio tiempo en lo personal el más indigno pecador. Su exemplo debe ser la guía de todas mis operaciones, para no desmentir la bocación santa del obispado. Yo no puedo hacer más, ni debo hacer menos en atravesándose el respeto de la digni- dad, y ya es indispensable que haga vibrar el báculo pastoral, como Elaba de Ércules, para exterminar los monstruos de las (f. 2r) calumnias y falcedades, que hasta ahora no han dejado oír otra voz por estas dilatadas provincias que sus bra- midos, en desdoro de la Religión, de la Ley, del Rey y del Patriotismo nacional. [6.] Muy bien se que por obispo, debo ser benigno, dulce, manso y prontísi- mo a perdonar, según la frace religiosa de una sélebre Ley 167 del Código de Justiniano, al paso que tengo así mismo muy presente la piadosa sentencia de San Pablo 168 , donde nos exorta que dejemos el castigo para Dios si queremos que derrame su ira formidable, sobre nuestros enemigos, con mucho mayor estrago del que pudiéramos esperar de nuestra propia defensa, pero no prohíbe por otra parte que nos defendamos con moderación, no para vengarnos, sino por desagra- vio de la inocencia, para remediar escándalos y precaber los juicios peligrosos o malos que puede producir la difamación, en descrédito de nuestro ministerio apos- tólico. 7. Yo pretexto, que no abriera la boca, ni para los más santos fines, si solo fuera por lo tocante a mi persona. Todo lo tengo remitido al Dios zeloso de la honrra de sus servidores. Allá pesará mis agravios, en la balansa de su inexorable justicia. Yo he perdonado, y buelto a perdonar de todo corazón a todos los infeli- cez prebaricados que han lastimado mi reputación, ensangrentando de nuebo en mi persona al inocente cordero que con su adorable sangre, lavó mis iniquidades. 8. Son mis hermanos en Jesu Christo, y también son mis hijos muy amados, por quienes he vertido de día y de noche raudales impetuosos de lágrimas muy amargas. Son mis obejas, por quienes debo dar la vida como su buen pastor, imi- tando al Salvador que toleró en cilencio los ultrajes, como un cordero enmudeci- do. Pero, al mismo tiempo, soy obispo, soy prelado, jues y maestro (f. 2v) de la ley, que no puedo ni ver, ni permitir exemplos escandalosos, que hayan de arrui- nar a mi rebaño. Debo responder y satisfacer por mi dignidad, volbiendo por ella, retorciendo los cargos, y sosteniendo mi inocencia con entereza baronil, a imita- ción de Elías, el qual redarguido por el rey Acab, de que él era quien perturbaba la paz de Israel, tu ne est que conturbas Israel ? Le contestó reacusándolo con 172 Miguel Anxo Pena González 166 Paul. 1. ad Timot. 3. v. 7 oportet autem illum testimoniom [ sic ] habere bonum iis foris sunt, ut non in oprobrium insidat, et in la güeum diaboli. 167 L. Si quis in hoc genus. Cod. de episcop. et cleric. cuius Santitas ignocendi gloriam de reliquit. 168 Paul. ad Roman. 12 v. 19. Non vos metipsum defendentes carissimi. Sed date locum ire scriptum est enim mihi vindicta, et ego retribuam dicit Dominus.
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