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que luego habían presentado una larga Relación imparcial de los hechos , que hemos recogido en el Apéndice, y a la que ya nos hemos referido, que refleja un manifiesto disenso con las posturas autonomistas 89 que, por otra parte, venía a coincidir con el grupo de realistas de la ciudad, a la cabeza de los cuales se encontraba el alcalde de primer voto, Francisco Yanguas Pérez, que había permanecido como una cuña en la ciudad y, precisamente por ello, los habían despojado de todas las armas. Poco a poco, el ejército realista se va haciendo nuevamente con el poder. Los dos últimos alzados, Castro y Lanza son abatidos a tiros, lle- vando sus cabezas a La Paz, donde el brigadier Goyeneche decide que la de Lanza sea trasladada a Coroico y colgada en la plaza pública, mientras que la de Castro se procede de igual modo, pero en el Alto de Lima. Por su parte, Murillo había sido también capturado, llegando a La Paz el 11 de noviembre. Su caso resultaba especialmente singular, puesto que con la intención de salvar a la ciudad y evitar innecesarios derramamientos de sangre, viendo que la causa estaba perdida, había promovido ya el 6 de octubre la disolución de la Junta Tuitiva, por lo que inmediatamente Indaburu cambiaría también de bando, buscando ser él quien entregara la ciudad a Goyeneche y buscar así su clemencia. Él mismo sería ajusticiado por los partidarios de Castro, que luego lo colgarán desnudo de una de las horcas que él mismo había mandado levantar. Con todo, como ya hemos indicado, Murillo estaba convencido que su actitud había sido con el fin de defender los intereses del rey legítimo y para que aquellas tierras no fueran a parar a la Corona de Portugal. Su cambio de actitud nos habla de un hombre racional, que es capaz de ante- poner sus propios intereses, buscando el que todavía se pudiera salvar aquella ciudad que desde lo bélico había ya sido perdida, pero en la que era necesario que no se actuara con arbitrariedad y violencia sobre sus gentes, como era fácilmente predecible 90 . El detalle es realmente interesan- te, puesto que nos da cuenta de un hombre matizado, nada sometido a posiciones radicales y extremas, como los realistas pretendían hacer ver. Lógicamente, después de unas afirmaciones de esta índole, el paso siguien- te era ya que comenzaran a aparecer dudas, temores y divergencias, que pronto derivarían en facciones encontradas. Así, por una parte, quedan aquellos que mantienen las posturas más radicales, encabezados por Medina y Castro; otros que buscaban una posible concordia y negociación, encabezados por Murillo; y un tercer grupo que, como en el caso de 144 Miguel Anxo Pena González 89 Cf. Relación imparcial de los acaecimientos de la ciudad de La Paz en la noche del 16 de julio de 1809 y días sucesibos, in: BN, Mss. 13.150 , f. 39r-48v. 90 Cf. D. Pedro Domingo Murillo al Virrey del Río de la Plata. La Paz, 17 de septiembre de 1809, in: Ibid . , f. 24rv.

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