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actitud, incluso se afirmará que no ha tenido relación con las familias prin- cipales de la Paz, demarcando perfectamente los fieles a la Corona y los insurgentes. Entendiendo por estos últimos a los desclasados y estratos sociales inferiores, lo que se confirmaba con unas vidas licenciosas y deprabadas. 5. D. R EMIGIO DE LA S ANTA Y O RTEGA , OBISPO DE L A P AZ 46 Cuando estalló el levantamiento de La Paz, el prelado llevaba algo más de diez años en su sede, para la que había sido nombrado el 24 de julio de 1797, tomando posesión de la misma al año siguiente 47 . Se trata- ba de un pastor atento, manifiestamente influido por la Ilustración que, en su caso, se concretaba en una atenta dedicación a su ministerio pastoral. Eso explica que lo veamos preocupado no sólo por la formación intelec- tual de los seminaristas, sino también por la adecuada alimentación de los mismos. Así, como consecuencia de su primera visita al Seminario Conciliar, la alimentación diaria que estaba fijada en tres comidas, pasará a aumentarse en una más 48 . Por otra parte, él mismo había sido rector en el Seminario de Orihuela, donde se supone que habría puesto también en práctica estos principios. Su formación intelectual estaba avalada por su doctorado en Sagrada Teología en la Universidad de Valencia, mostrando por ello un profundo conocimiento de las Escrituras, de los Cánones y de la Teología escolástico-tomista. Conflictos en las independencias hispanoamericanas… 131 46 M. Bajén Español, D. Remigio de la Santa y Ortega: Obispo de La Paz y de Lérida, in: Memoria Ecclesiae 5, 1994, 189-215. 47 Anteriormente había sido obispo de Panamá, nombrado para dicha sede el 18 de junio de 1792. Cf. Hierarchia catholica… VI, R. Ritzler - P. Sefrin (eds.), Patavii 1958, 323. 327; Hierarchia catholica… VII , R. Ritzler - P. Sefrin (eds.), Patavii 1968, 295. 222-223. 48 Este detalle resulta sugerente, puesto que la línea ideológica que justificaba los alzamien- tos interpretaba a La Santa y Ortega como un déspota sin escrúpulos, de igual suerte que los rea- listas veían a Murillo como un facineroso. En estos términos lo describe José Rosendo Gutiérrez: «Cada uno juzga a los demás por sí, y La Santa no podía ser la excepción de esta regla. En la pri- mera visita que hizo a su Seminario, poco se cuidó de la escasa educación literaria que se daba a los alumnos: su preocupación principal fue la de averiguar si se les nutría bien. Informado de que recibían alimento tres veces cada venticuatro, se afligió profundamente, deplorando el ayuno que a su entender sufrían los niños y mandó darles de comer una vez más. Estas cuatro asisten- cia al refectorio se llamaban por su orden, almuerzo (a las 8 a. m.), comida (a las 12), merienda (a las 4 a. m.), y cena (a las 8 p. m.). Ya se concibe el gusto que los muchachos tendrían de ocupar las mandíbulas cada cuatro horas, en vez de estudiar el Barbara-celarem y los barbarismos escolásticos. A esa enfermedad o vicio era consiguiente la irascibilidad de su carácter. En mi niñez he oído referir multitud de picantes anécdotas producidas por su fosfórica índole». J. R. Gutiérrez, La Virgen del Carmen: Reo de rebelión, in: Documentos para la historia de la revolución de 1809, t . III, 728.

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