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«No intenta más este pueblo que establecer sobre bases sólidas y fundamen- tales, la seguridad, propiedad y libertad de sus personas. Estos tres derechos que el hombre deposita en manos de la autoridad pública pueden ser res- petados con todo el decoro y dignidad que se debe, y mientras no se tomen las precauciones correspondientes para sostenerlos nacen las crisis políticas que desorganizan y trastornan las instituciones sociales» 42 . El discurso teórico sostenido en el Estatuto coincidía con los testimo- nios de la realidad de los primeros meses, donde el control y el orden que Murillo mantiene no llevó a matanzas y actitudes arbitrarias contra aquellos que no coincidían en la manera de interpretar los acontecimien- tos. En este sentido, ni siquiera el desafecto hacia las nuevas autoridades por parte de algunos, permitió el aumento de actos públicos de crueldad y violencia, con los que amilanar a la población. El detalle es realmente importante, puesto que nos distancia de la bibliografía clásica, de unos que defienden a los insurgentes y otros que los atacan, pero en la que se muestra de manera genérica a éstos como auténticas bestias carentes de escrúpulos. Un ejemplo preciso de este tipo de argumentación lo tenemos tam- bién en el Apéndice documental , con un informe titulado: Relación impar- cial de los acontecimientos de la ciudad de la Paz en la noche del 16 de julio de 1809 y días sucesibos . Este informe, que pretende justificar la acti- tud de los poderes legítimos, presenta a los insurgentes como seres inhu- manos, de los que sólo pueden provenir actos violentos. Así se hace patente en relación a las figuras de Lanza y Catacora, de los que se dice que «todo se les concedió escepto el asesinar a los europeos, en que incul- caron nuevamente» 43 . Esto se pone todavía más de manifiesto, cuando dicha relación va acompañada de un nutrido número de notas, en las que se describen a los insurgentes. En este sentido, la primera cuestión es que en casi todos ellos se habla de su nacimiento oscuro, que se entiende como una consecuencia lógica para su comportamiento y actitud hostil. Así, por ejemplo, cuando se trata de Pedro Domingo Murillo se llega a hablar «de nacimiento aún más obscuro» 44 . En esta misma línea de princi- pios cuando se refieren a Indaburu, dudan que sea natural de Navarra, considerando que se trataría de un vasco-francés, de tal manera que se podía automáticamente entender su actitud sediciosa 45 . Para corroborar esta 130 Miguel Anxo Pena González 42 Ibid. 43 Cf. Relación imparcial de los acaecimientos de la ciudad de la Paz en la noche del 16 de julio de 1809 y dias sucesibos, in: BN, Mss. 13.150 , f. 44v. 44 Ibid . , nota 4. 45 Cf. Ibid., nota 9.

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