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tiene relación con el precedente del 25 de mayo e, incluso —como algu- nos autores han evidenciado— con el intento de insurrección que había tenido lugar en Cuzco en 1805, se impone entrar en la lógica interna del mismo y, en lo que a nosotros nos interesa, pergeñar aquellos detalles que nos puedan ayudar a comprender la actitud llevada a cabo por el Obispo de La Paz. Por lo mismo, nos vemos obligados a recorrer los hechos his- tóricos fundamentales, pero asumiendo que lo hacemos sólo con el fin de clarificar y tomar conciencia de aquellos detalles que puedan ayudar a cla- rificar nuestros intereses precisos. Y, en este sentido, no se pueden pasar por alto hechos históricos objetivos, que deben ser aceptados en su presente y como parte de su núcleo esencial. Es evidente que algo complejo no puede ser resuelto de manera sencilla. La prueba de ello es que los temas religiosos y contrarre- volucionarios fueron un recurso de primer orden a la hora de movilizar a la población, tanto por parte de los insurgentes como de los realistas 30 . Algo que queda manifiestamente patente en La Paz, después de la proce- sión de la fiesta de la Virgen del Carmen. La peculiaridad de los hechos acaecidos en La Paz está vinculado a la capacidad que los líderes del levantamiento tuvieron para mantener el asunto en secreto hasta el último momento, al tiempo que la incapacidad del Gobernador e Intendente para intuir los hechos a partir de las denun- cias de algunos lugareños. Los grandes artífices del mismo serán José Antonio Medina y Pedro Domingo Murillo, que sólo harán partícipe de todo al jefe de batallón de milicias, el español peninsular Juan Pedro Indaburu. Al mismo tiempo, para ir organizándolo todo, se recurre a reu- niones secretas, en las que estarán presentes un nutrido grupo de indivi- duos formados en Charcas, y que componían el entramado social, fundamentalmente criollos de La Paz y sus entornos. Entre ellos se encuen- tran Juan Bautista Sagárnaga, Juan Basilio Catacora, Mariano Michel, Juan de la Cruz Monje y Ortega, Gregorio García Lanza, Joaquín de la Riva, Baltasar Alquiza, José Antonio Medina, José Manuel Aliaga, Francisco Xavier Iturri Patiño y Juan Manuel Mercado. Entre los españoles peninsu- lares, en un número muy inferior Juan Antonio Figueroa, José Mariano Castro y Francisco J. Iriarte y Bernabé Ortiz de Palza. Al mismo tiempo, de las excomuniones posteriores, se deduce también un grupo significati- vo de individuos que desempeñaban oficios humildes, por lo que se les 126 Miguel Anxo Pena González 30 Cf. F.-X. Guerra, «Políticas sacadas de las Sagradas Escrituras». La referencia a la Biblia en el debate político (siglos XVII a XIX), in: M. Quijada - J. Bustamante (eds.), Élites intelectuales y modelos colectivos. Mundo ibérico (siglos XVI-XIX), Madrid 2002, 155-198.

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