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eran los criollos formados en el ámbito de Charcas, dejaban que actuase la Audiencia, en la que los oidores eran esencialmente peninsulares. La Audiencia se mantendrá en los límites de una política moderada, sin decantarse en exceso en actos que pudieran significar una actitud revo- lucionaria o de independencia frente a España, al tiempo que buscaba el apoyo de las ciudades y villas más importantes de Charcas. Prueba de ello es el hecho de que es la misma Audiencia la que solicita a Álvarez de Arenales que vaya en búsqueda del Arzobispo y lo traiga a la ciudad, ase- gurándole el ejercicio pacífico de su ministerio. El detalle es significativo, ya que después de las fuertes tensiones, Moxó y Francolí entra en la ciu- dad acogido entre vítores y aclamaciones populares. Es curioso constatar que, en el intento de justificar el alzamiento y buscar el apoyo de otras ciudades, aquellos que son enviados son funda- mentalmente criollos y, al mismo tiempo, hombres vinculados con el mundo intelectual del entorno que, lógicamente, con mayor facilidad ten- drían entrada en las distintas ciudades y en sus fuerzas vivas. Así nos encontramos a Bernabé Monteagudo que es enviado a diversas poblacio- nes de Potosí; Mariano Michel a La Paz, donde entrará en contacto con el cura José Antonio Medina, párroco de Sicasica, y a Cochabamba, a donde se desplazará Manuel Zudáñez. Por su parte, a Joaquín Lemoine se le encomienda visitar Santa Cruz. No sorprende constatar que estos persona- jes ocuparán muy pronto un papel público destacado a partir del alza- miento del 16 de julio en La Paz. Por otra parte, se salvaban los niveles de la estructura jerárquica virrei- nal, desde el momento en que se recurría al virrey Santiago de Liniers y Bremond al presentarle los hechos acaecidos en Chuquisaca, considerando como responsable de todo a García Pizarro y, al mismo tiempo, eviden- ciando que, de esta manera, se habían defendido los derechos legítimos que correspondían a Fernando VII y se había puesto freno a la conspira- ción. Por si no fuera suficiente, la deposición de García Pizarro se argu- mentaba en el recurso a la pretensión de entregar aquel territorio a la princesa Carlota, de tal suerte que la intervención en Chuquisaca aparecía como un acto patriótico frente a la conspiración que era promovida por el Presidente de la Audiencia y del comisionado Goyeneche. Con todo, resultaba difícil justificar la formación de un cuerpo armado, las llamadas a la población para que se pertrechase para la defensa y, lo que era mani- fiestamente más visible, la decisión de defender las entradas a la ciudad. Cómo podían ser justificados estos hechos si no era en el hecho concreto de que no aceptarían dar marcha atrás en aquellas decisiones que había tomado la Audiencia en su propio alzamiento. 124 Miguel Anxo Pena González
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