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No cabe duda que estar equipado con una peculiar sensibilidad social, per- mitió a Ernesto Ruffini ver con ojos diferentes acontecimientos que para otros eran casi invisibles. Pero, el acierto no estaba sólo en una sensibilidad sino en la adecuada preocupación por ese ser humano de manera englobante. El con- tacto con los problemas reales y concretos supuso, en su existencia, una apuesta por la cultura de la vida, en una comprensión significativamente más amplia de la que ofrecen los políticos o los partidos a los que éstos represen- tan. Una apuesta totalizadora supone no sólo actitudes y acciones concretas, sino también una mirada al bien común que, él interpreta como dar la ade- cuada importancia a la asistencia social. Y ésta, a su vez, sirve también para evidenciar aquello que no funciona en la sociedad 26 . En esta línea de principios estará atento, por ejemplo a mostrar la lentitud de la sociedad para responder a las necesidades sociales, algo que él expresa con gran elocuencia: “El desarrollo logrado por la civilización moderna por un lado ha multipli- cado las exigencias humanas, y por otro, ha aumentado casi al mismo nivel, el número de necesidades” 27 . La cuestión que él deja entrever resulta especialmente interesante; por una parte ponía en evidencia la realidad que vive nuestro presente donde hemos generado un sinfín de necesidades, que nos obligan a desarrollar y vivir en una actividad frenética, de tal suerte que nos permita mantener el estilo de vida que llevamos. Evidentemente de ahí podemos extraer una crítica a la eco- nomía capitalista pero, al mismo tiempo, estaba poniendo en evidencia algo importante: el papel jugado por la Iglesia en todas las épocas. Con todas las limitaciones que había tenido el Antiguo Régimen en su configuración y orga- nización social, era evidente que había respondido mejor a las necesidades de los más desfavorecidos, de tal manera que la misma organización económica de los diezmos tenía siempre una proporción destinada a la atención de los pobres, por lo que la gente –aunque fuera de una manera muy rudimentaria– contaba con una protección socio-cristiana permanente en su entorno natural de vida. Piénsese, en este sentido, en dicha organización social, por ejemplo, el título de “pobre de solemnidad”, que integraba totalmente al individuo en su lugar de nacimiento o de residencia, gozando incluso de derechos y privilegios. 45 26 A este respecto, afirma Petralia: “Sufría cuando advertía cómo la beneficencia y la asistencia social que se presentaban como expresiones de la Caridad de Cristo, más que dirigirse a la liberación del hombre de las múltiples servidumbres que le impiden un desarrollo integral, se reducen a formas de tapo- namiento de diversas necesidades, llegando finalmente a perpetuarlas”. G. Petralia, Il Cardinale Ernesto Ruffini… , 126. 27 E. Ruffini, Introduzione alle prime Costituzioni ASM [Palermo, 25 marzo 1954] , Noventa Padovana, 1993, 9.
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