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versión de san Pablo hace tres anuncios sorprendentes: la celebración de un Concilio Ecuménico, que iría precedido de un Sínodo de Obispos de la metró- poli romana 13 . Y, en tercer lugar, la revisión del Codex Iuris Canonici en el que se pretendía ya incorporar los decretos que fueran aprobados por el futuro Concilio 14 . Lo que el pontífice pretendía queda enunciado en aquella expresión suya sumamente conocida, en la que explicaba porqué convocaba un Concilio: “Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y los fieles puedan ver hacia el interior”. De esta manera generaba un impulso juvenil y renovador, que mostraba que la Iglesia se adaptaba al momento histó- rico que le tocaba vivir, quedando ya atrás otro tipo de comprensiones. Según lo previsto, el 11 de octubre de 1962 comienza el Concilio, pero tendrá que interrumpirse 15 . El 3 de junio de 1963 fallecía el papa Roncalli y, el 21 de junio el cardenal Montini, era elegido Pontífice, tomando el nombre de Pablo VI. Sin más dilación, al día siguiente, en su primer radiomensaje, comu- nicaba que el concilio continuaría. Pocos días más tarde, anunciaba la fecha de apertura de la segunda sesión: el 29 de septiembre de 1963. Pequeños rasgos en la gran figura de Pablo VI evidencian el cambio en el que estaba ya impli- cada la Iglesia en su relación con la sociedad, así como en su intento de mani- festar con mayor trasparencia su papel singular. Ejemplo de ello será el aban- 37 13 El último había sido convocado en 1725. 14 Giuseppe Alberigo refiriéndose a la convocación del Concilio afirma: “La convocatoria del nuevo concilio es fruto de una convicción personal del papa, que se fue sedimentando lentamente en su espíritu, que luego fueron corroborando otros y que, finalmente, se convirtió en decisión autorizada e irrevocable en el trimestre posterior a la elección al pontificado. Una decesión libre e independiente, como nunca se había verificado quizás en la historia de los concilios ecuménicos o generales. Una con- vocatoria que no estuvo precedida ni de negociaciones diplomáticas ni de consultas eclesiásticas formales y que, por consiguiente, cogió a todos por sorpresa, tanto a los amigos como a los adversarios, tanto a los de dentro como a los de fuera de la Iglesia católica, tanto en el vértice como en la base. ¿Un acto des- concertante, destinado a permanecer estéril o, incluso, a ser visto como una «corazonada»?”. G. Albe- rigo, “El anuncio del Concilio. De la seguridad del baluarte a la fascinación de la búsqueda”, en Id. (dir.), Historia del Concilio Vaticano II. I. El catolicismo hacia una nueva era. El anuncio y la preparación , Leuven-Salamanca, Peeters-Sígueme, 1999, 27. 15 Collins, comentando acerca de la sucesión de Roncalli pues se sabía lo avanzado del cáncer, hace un comentario sumamente interesante: “La inauguración de la segunda sesión se retrasó de mayo a septiembre de 1963 porque se esperaba que muriese ese año. Existía temor entre la Curia de que si falle- cía estando el concilio en sesión, la presencia de unos dos mil quinientos obispos pudiese ser un obstá- culo en el proceso de selección del papa siguiente, citando la elección de Martín V en el concilio de Cos- tanza en 1417 como precedente. Un temor similar había inducido a Pío IX en 1869 a decretar que su muerte pondría fin automáticamente al Concilio Vaticano I, para impedir así que sus miembros intenta- sen elegir a su sucesor. El Concilio Vaticano II ya había representado un desafío para el control de la Curia, alterando los cardenales y las comisiones curiales gran parte de la agenda elaborada para su cele- bración”. R. Collins, Los guardianes de las llaves …, 520.
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