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“Pese a la guerra, Pío XII siempre vio el comunismo como una amenaza mucho mayor que el fascismo, tanto por ser abiertamente antirreligioso como porque la ideología de la lucha de clases se enfrentaba al mensaje de armonía social predicado por papas desde León XIII” 12 . Con la convicción del triunfo político y de la expansión del comunismo en más lugares, en 1949 promulga un decreto amenazando con la excomunión a todo católico que apoyase el comunismo. Lógicamente, en la política italiana de posguerra, donde el Partido Comunista ocupaba ya un lugar significativo y de influencia en la sociedad, el conflicto era evidente. Los enfrentamientos en el entorno local entre Iglesia y Estado no se harán esperar, pasando a ser algo frecuente, generando división en los ciudadanos y en los fieles, sin que en muchos momentos supieran qué debían hacer. La visión general de la sociedad era que la Iglesia se encontraba del lado de los poderosos y que la religión no estaba del lado de las reivindicaciones jus- tas. No cabe duda que el clima generado en el entorno Vaticano repercutía en el resto de la cristiandad, manifestándose la dificultad para asumir el cambio y el nuevo orden social. Con todo, pareciera como que los problemas teológi- cos, que se referían fundamentalmente a los dogmas de fe y al tema de la sal- vación, van dejando progresivamente espacio a la presencia y compromiso político en la sociedad. Era una apertura activa a los problemas del mundo, que se concretará en la participación de los cristianos en la sociedad civil y política. En 1952, Giovanni Battista Montini es nombrado Secretario de Estado, servicio en el que llevaba trabajando desde 1924, siendo uno de los hombres de confianza de Pío XII durante los años de la guerra. Dos años más tarde, es nombrado Arzobispo de Milán, con la intención de alejarlo de los entornos curiales, por sus tendencias liberales. Llamativo fue el hecho que en el último de sus consistorios, el de 1956, no promueve al sucesor de san Ambrosio en la sede de Milán como cardenal, intuyéndose así la intención de que no fuera candidato en el futuro y no lejano cónclave. En 1958, el Patriarca de Venecia, un viejecito entrañable de 77 años es nombrado Pontífice, con el nombre de Juan XXIII. Lo que se esperaba que fuera un pontificado de transición se convirtió en un revulsivo para la vida de la Iglesia y su diálogo con la sociedad. Un año más tarde, en la fiesta de la con- 36 12 R. Collins, Los guardianes de las llaves del cielo. Una historia del papado , Barcelona, Ariel, 2009, 520.

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