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100 MIGUEL ANXO PENA GONZÁLEZ los gobernantes o en los gobernados, incluye la necesidad de obedecer a una razón suprema y eterna, que no es otra que la autoridad de Dios imponiendo sus mandamientos y prohibiciones”53. El cambio social producido por las revoluciones, donde los gobernantes ya no tenían el poder que habían sostenido hasta aquel momento, plantea una clara ruptura en el concepto de libertad al que cada uno de los dos sectores está haciendo referencia. Los medios que ambas posturas proponen para defender y perfeccionar la libertad podríamos verlas incluso como antagónicas. Pecci pro ponía que el fin supremo al que debía aspirar la libertad humana era el mismo Dios, mientras que sus opositores pensaban, y así lo expresaban, que el fin supremo al que debía aspirar la libertad humana era el mismo hombre. Cuando se intenta argumentar esta postura en la encíclica, desgraciada mente se llega a cierta actitud apologética, entendiendo que mediante la ley evangélica “ha brillado siempre la maravillosa eficacia de la Iglesia en orden a la defensa y mantenimiento de la libertad civil y política de los pueblos”54. Esto que para León XIII no ofrecía ninguna duda, no dejaba de ser sólo cierto a medias, puesto que había infinidad de acontecimientos históricos que se podrían esgrimir en contra. Sí era cierto que su planteamiento pretendía simplemente identificar la esclavitud con el paganismo, de tal suerte que la fe había supuesto un cambio radical de conducta, teniendo en Jesucristo el auténtico modelo de libertad, igualdad y fraternidad. De esta manera, desde un lenguaje análogo, se va afirmando la verdad que reside en la Iglesia, que tiene su poder legítimo en Dios que es el que plenifica y da verdadero sentido a la libertad verdadera. De esta manera, casi se lee entre líneas que la única república que puede darse, ha de estar en conexión directa con la Iglesia y con su vinculación terrenal, identi ficada en la cátedra de Pedro. Después de demarcar cuál es la libertad que ptopugna la Iglesia, analiza la doctrina del liberalismo y, como ya se dejaba intuir en las páginas anteriores lo hace desde una postura defensiva frente a aquellos que califican a la Iglesia de ser enemiga de la libertad de los individuos y de la misma libertad de los esta dos. El lenguaje es totalmente apologético: “Son ya muchos los que, imitando a Lucifer, del cual es aquella criminal expresión ‘No serviré’ (Jer 2,20), entienden por libertad lo que es una pura y absurda licencia. Tales son los partidarios de 53 “Natura igitur libertatis humanae, quocumque in genere consideretur, tam in personis singulis quam in consociatis, nec minus in jis qui imperant, quam in jis qui parent, necessitatem complectitur obtemperandi summae cuidam aeternaeque rationi, quae nihil est aliud nisi auctoritas iubentis, vetantis Dei”: Libe rtcis, 598. 54 “Ita semper permagna vis Ecciesiae apparuit in custodienda tuendaqtie clviii et politica hbertate popuiorum”: Ibidem. 55 “1am permuiti Luciferum imitati, cuius est ilia nefarja vox non servia,n, hbertatis nomine abstirdam quamdam consectantur et meracam licentiam. Cuiusmodi sunt ex ilia tarn late fusa tamque pollenti discipli na homines, qui se, ducto a libertate nomine, Liberoles apellan voiunt”: Ibidem, 600.
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