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92 MIGUEL ANXO PENA GONZÁLEZ Su actitud de defensa de los papas le llevó en el Concilio Vaticano 1 a apo yar al sector moderado que defendía la infalibilidad del papado. Su enorme per sonalidad le impulsa a soñar con la restauración de la gloriosa historia de la Igle sia del Norte de Africa. Con esta intención celebra el Primer Sínodo de Argel (1873). En 186$ con clero de su archidiócesis funda la congregación de misioneros de Nótre-Dante d’Afrique, conocidos popularmente como Padres Blancos, dedi cados totalmente a la evangelización de los pueblos y regiones de Africa. En 1868, su campo de atención se extiende, siendo nombrado delegado apostólico para las regiones del Sahara, del Sudán, Africa Central y el norte de Africa, desde la frontera de Marruecos hasta Trípoli. Varios años más tarde, en 1875, consigue enviar al primer grupo de misioneros a través del desierto, de los que tres serán martirizados. Ante la labor encomiable de los misioneros, por decreto pontificio, en 1878, se encomendaba a los Padres Blancos la evangelización de las tribus de los gran des lagos del Africa ecuatorial. Por otra parte, el 27 de marzo de 1882, León XIII nombraba cardenal a Lavigérie, en reconocimiento a toda su intensa labor de atención a los territorios de Africa, y especialmente a luchar por crear un espa cio más equitativo para todos los hombres. El capelo lo recibe en Cartago, el 16 de abril de 1882, de donde es nombrado también arzobispo y, el 10 de noviem bre, Primado de Africa. En el año 188$, cuando el papa Pecci escribe la encíclica a los obispos del Brasil, acerca de la liberación de los esclavos, Lavigérie secunda y apoya su pos tura partiendo de la misma experiencia que él había tenido en Africa, acerca de la condición por la que tenían que pasar éstos. Su cercanía al pontífice se mues tra también en ese acto encomiable, en el que León XIII recibe al cardenal Lavi gérie con un grupo de negros, compuesto por libertos y conversos. Cuando en 1890 el papa publica la encíclica $apientiae Christianae, pide de manera particular al cardenal Lavigérie que invitase a los católicos monár quicos a una colaboración sincera y leal con el régimen republicano, tarea a la que dedicará grandes esfuerzos, y por la que tendrá que sufrir gran número de incomprensiones. A instancias del pontífice y movido de su gran sensibilidad hacia el proble ma de la esclavitud en Africa, emprendió un viaje por Europa, para hacer tornar conciencia a las grandes sociedades del momento sobre esta realidad. Su acción fue especialmente eficaz en la conferencia de Bruselas (1890), y en el Congreso antiesclavista de París que él mismo había organizado. Los dos años de vida que le quedan al anciano cardenal los dedica a propagar y difundir un movimiento antiesclavista por toda Europa, que ayudará activamente a poner freno a esta práctica.

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