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Este breve recorrido por la filología es suficiente para compro- bar que corazón y cerebro han sido vistos siempre como dos órga- nos a la vez antitéticos y complementarios. El cerebro es la sede de la «ciencia», en tanto que en el corazón asienta la «sabiduría», que los latinos denominaron sapientia , es decir, sapida scientia , ciencia sabrosa. Entre una y otra hay la misma diferencia que entre el pen- samiento y el amor. Se piensa con la cabeza y se ama con el cora- zón. La cabeza es fría y el corazón cálido. Así lo entendieron ya los médicos hipocráticos, quienes atribuyen al cerebro los caracteres de frío y seco y al corazón los de húmedo y cálido. La función de la cerebro sería enfriar el calor que sube del corazón. La cultura antigua entendió siempre el corazón como el centro de la vida psíquica y el lugar de convergencia de las dos almas extre- mas, la inferior o concupiscible y la superior o racional. Las tres cavi- dades del ser humano, la abdominal, la torácica y la craneana, serían las respectivas sedes de las tres almas del ser humano, la concupis- cible, la irascible y la racional. Las funciones propias del abdomen son la nutrición, el crecimiento y la reproducción. De ahí que sus virtudes y vicios deriven del «deseo» (alimenticio, sexual, etc.). Desear se dice en latín concupiscere , razón por la cual el abdomen es la sede de los apetitos «concupiscibles», que la psicología antigua ordenó en forma de tres ejes bipolares: amor-odio, deseo-abomina- ción o fuga y gozo-tristeza. Por el contrario, el tórax es la sede de los apetitos «irascibles», que tienen por objeto la consecución de lo que los latinos denominaron arduum , es decir, de lo elevado, emi- nente y difícil. Las pasiones irascibles, propias del corazón, se orde- nan también en dos ejes bipolares. Uno es el que forman la esperanza y la desesperación, y otro la audacia y el temor. Hay una última pasión irascible, que carece de opuesto: la ira. La virtud pro- pia del alma irascible es la «fortaleza», en tanto que la del alma con- cupiscible es la «templanza». El cerebro, por su parte, es la sede de unas funciones que no son las concupiscibles ni las irascibles, sino las racionales, cuya virtud es la «prudencia». La fortaleza hace de algún modo de mediadora entre las otras dos, y es en ese sentido la reina de las virtudes. No en vano virtud es término que procede del latín vir , el varón en tanto que sujeto fuerte, a diferencia de la cons- titución débil o femenina. Lo mismo sucede en griego, donde el tér- mino para decir fortaleza, andreía , tiene la misma raíz que anér , LAS RAZONES DEL CORAZÓN 67
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