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Encontraremos varios de ellos dedicados a la patología cardiaca. El IV, 17 dice así: «En quien está sin fiebre, la falta de apetito, el dolor de cardias, el desvanecimientos y la boca amarga indican que es pre- cisa una purga por abajo». Luego veremos si ese cardias alude o no al corazón. De ser esto último, resulta que el dolor precordial en personas sin fiebre se trata, pues, con purgantes. Éstos más las san- grías van a ser los procedimientos terapéuticos de elección. De todos modos, los médicos antiguos debieron confiar poco en su efectividad en el caso de procesos cardiacos, ya que el diagnóstico de una enfermedad cardiaca suele ir acompañado de un pronóstico infausto. Así, el aforismo IV, 65 dice: «En las fiebres, un calor inten- so por el vientre y cardialgia, mal síntoma». Lo mismo se dice a pro- pósito de las heridas incisas del corazón: «Para quien sufre una herida en la vejiga, el cerebro, el corazón, el diafragma, en parte del intestino delgado, el vientre o el hígado, eso es señal mortal» ( Afor VI, 18). Exactamente lo mismo dice Celso: «No existen remedios para las heridas en la base del cráneo, en el corazón, en el yeyuno, en el intestino delgado, en el ventrículo o en los riñones. Las heridas en las yugulares y en las carótidas son igualmente incurables» ( De med L.V, c. 26, 2). De las enfermedades cardiacas no quirúrgicas o internas, la más estudiada por los médicos antiguos fue la conocida en griego con los nombres de kardiakón y synkopè kardiaké , que los médicos lati- nos denominaron morbus cardiacus y passio cardiaca . Todos lo describen como un síndrome agudo, y la mayor parte de ellos lo consideran mortal, aunque existan grandes discrepancias en cuanto a su localización. Para Galeno, Alejandro de Tralles y otros, se trata de una enfermedad del estómago. Pablo de Egina, por el contrario, lo considera una enfermedad cardiaca. He aquí la descripción que de él nos ofrece Celso: «Esta enfermedad cardiaca se caracteriza por una extrema debilidad física, acompañada de languidez de estóma- go y de sudores inmódicos. Se la reconoce en seguida por lo exiguo y débil de las pulsaciones, así como por el sudor totalmente insóli- to en su forma y en su duración, que invade por entero el pecho, el cuello e incluso la cabeza, mientras que las piernas y los pies siguen secos y fríos. Es una enfermedad del tipo de las agudas. El primer cuidado a prestar es el de aplicar cataplasmas repercusivas en la región del estómago, y el segundo, el de tratar de retener el sudor. 60 DIEGO GRACIA

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