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operaciones vitales y operaciones animales. Las primeras son las que dependen del alma sensitiva en cuanto forma y naturaleza del cuer- po, y las segundas son las que tal alma realiza a través de sus ope- raciones propias. El movimiento cardiaco pertenece a las primeras, en tanto que la sensación o el movimiento forman parte de las segundas. La distinción es importante, pues los médicos afirman que «cesando las animales permanecen las operaciones vitales, siempre que se entienda por éstas las que siguen al movimiento del corazón, al desaparecer las cuales cesa la vida». El hecho de que el movimiento del corazón dependa del alma sensitiva permite entender por qué se ve afectado por diversas apre- hensiones y afecciones. A diferencia del movimiento celeste, que siempre es uniforme, el movimiento cardiaco varía según las diver- sas aprehensiones y afecciones del alma. No es que las alteraciones del corazón causen las afecciones del alma, sino a la inversa; así, en una pasión del alma, la ira, el elemento formal es el deseo de ven- ganza, y el material la alteración del movimiento cardiaco. Y como dice Aristóteles, en las cosas naturales la forma no es por la materia, sino que ésta sólo tiene la disposición a la forma ( Phys II c. 9: 200a 30-34). Por tanto, no es que alguien tenga deseo de venganza por- que la sangre afluya al corazón, sino que eso lo que hace es dispo- nerle a la ira; pero la ira surge por el deseo de venganza. Son la inteligencia y la fantasía las que producen las pasiones, como la con- cupiscencia, la ira y similares, que encienden o enfrían el corazón. Así acaba el opúsculo de Tomás de Aquino, que según todas las probabilidades fue compuesto en 1273, en los años de la corta luna de miel aristotélica que precedió a la condenación averroísta de 1277. A partir de entonces el cardiocentrismo de muchos, los más ortodoxos, tenderá a hacerse más matizado. Así, Escoto volverá a las ambigüedades de Avicena ( De anima Q. 10, n. 3s). Otros, los más modernos, harán de él un distintivo del pensamiento de vanguardia, santo y seña de la naciente premodernidad. Los filósofos y médicos progresistas, es decir, los que conocen las obras del nuevo Aristóteles y no se conforman con la repetición servil de los esque- mas galénicos, suelen ser cardiocéntricos. Suelen ser también más cosas, pues con solo eso difícilmente hubieran podido merecer el título de premodernos. Su talante rupturista y revolucionario les hizo granjearse muchos enemigos, y fue la causa de que se tejiera toda la 50 DIEGO GRACIA

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