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todo por naturaleza» ( Phys VIII, c. 4: 254b 16-18). Como, por otra parte, todos los demás movimientos del animal proceden del movi- miento del corazón, como dice Aristóteles ( De motu animalium c. 10: 703a 29 - b 2), éste debe considerarse el movimiento natural por antonomasia de los seres vivos. En consecuencia, dice Tomás de Aquino, primus motus qui est cordis, est naturalis . A partir de aquí, Tomás de Aquino elabora toda una imponen- te doctrina cardiocéntrica. Cita un precioso texto de Aristóteles que dice así: «Puede afirmarse que el animal es como una ciudad bien y legítimamente ordenada. Pues cuando se ha establecido un orden en la ciudad, ya no es necesario un mandato específico del monarca para cada cosa concreta que se haya de efectuar, sino que cada uno hace aquello que le está ordenado y ejecuta una cosa tras otra por costumbre. En los animales esto sucede exactamente igual por natu- raleza: cada cosa tiene su propia función, de modo que no es nece- sario que en cada una de ellas intervenga el alma en cuanto principio de movimiento, sino que las otras cosas viven por el prin- cipio existente en el corazón, de modo que a través de él las otras cosas reciben la capacidad de realizar su propia función de modo natural» ( De motu animalium c. 10: 703a 29 -b 2). Tras lo cual con- cluye Tomás de Aquino: «Así, por tanto, el movimiento del corazón es natural por consecuencia del alma, en cuanto ésta es forma de tal cuerpo y principalmente del corazón». Con lo cual la metáfora de la ciudad bien ordenada cobra toda su fuerza: así como en el centro de la república está el monarca, que es su principio y fundamento, el corazón es el principio y fundamento del cuerpo humano. En la república todo gira alrededor del monarca y en el cuerpo alrededor del corazón. El corazón, por tanto, es el rey del cuerpo, del mismo modo que el monarca es el corazón de la ciudad. Pero aún hay más. Toda propiedad y movimiento produce una cierta forma según su condición; así, la forma del elemento más noble, el fuego, se mueve hacia el lugar más noble, que es el supe- rior. La forma más noble en las cosas inferiores es el alma, que por ello mismo es la que más se acerca al principio del movimiento celeste. De ahí que su movimiento sea el más semejante al movi- miento del cielo. Y concluye Tomás de Aquino: «y así es el movi- miento del corazón en los animales, como el movimiento del cielo en el mundo» ( sic enim est motus cordis in animali, sicut motus caeli 48 DIEGO GRACIA

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