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miembro principal, que constituye su sede, y del que emerge su fun- ción. De acuerdo con esto, la facultad racional reside en el cerebro y sus funciones proceden del cerebro» ( Canon L.I, fen 1, doc. 6, summa 1, cap. 1). Del mismo modo, la facultad natural reside en el abdomen. Esta facultad natural o vegetativa es doble, la nutritiva, con sede en el hígado, y la reproductiva, con asiento en los órganos de la reproducción. Finalmente, está la facultad vital, que Avicena expone así: «La facultad vital conserva la integridad del espíritu y es el vehículo de la sensación y el movimiento, capacitándola el espí- ritu para recibir esas impresiones [de sensación y de movimiento], y, cuando llega al cerebro, haciéndole capaz de impartir la vida, que luego se difunde en todas las direcciones. El asiento de esta facul- tad es el corazón y sus funciones proceden de él» ( Canon L. I, fen 1, doc. 6, summa 1, cap. 1). Con esta descripción, a la postre sibili- na y no muy galénica de la facultad vital, Avicena finaliza la exposi- ción y la asimilación de la doctrina de las tres virtudes corporales. Tras lo cual añade, una vez más, que tal doctrina no tiene sentido más que sobre la base del cardiocentrismo aristotélico: «Ahora bien, el gran filósofo Aristóteles cree que el corazón es la fuente de todas estas funciones, aunque se manifiesten en los diferentes órganos principales. Pero los médicos siguen manteniendo la opinión de que el cerebro es el asiento principal de la vida sensible y de que cada sentido tiene su propio miembro, por medio del cual manifiesta su función. Pero si los médicos consideraran el asunto tan exhaustiva- mente como debieran, aceptarían el punto de vista de Aristóteles en vez del suyo propio. Hallarían que han estado considerando apa- riencias en vez de realidades, tomando las cosas no esenciales por esenciales. El logro de esta verdad es asunto del filósofo y del físi- co, y no del médico en cuanto médico. Pero este último, viendo los miembros [principales] como origen de las facultades en vez de como su manifestación (despreciando o ignorando así la filosofía), no logra ver qué cosas son las principales y, consecuentemente, des- cuida la base correcta para el tratamiento de las enfermedades y el remedio de los defectos corporales» ( Canon L. I, fen 1, doc. 6, summa 1, cap. 1). He aquí, pues, el modo como Avicena intenta mediar entre las dos tradiciones opuestas con las que se encuentra, la de los médi- cos y la de los filósofos, siempre sobre la base de conceder preemi- 42 DIEGO GRACIA

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